23 junio 2013

Michel Houellebecq lo hizo otra vez. El mapa y el territorio




Luego de leer varios libros de Michel Houellebecq puedo decirlo tranquilo: me parece de lo mejor de nuestros tiempos. Su ironía delicada, su manejo del relato, los temas que trata, la profundidad que sabe colar entre tanta liviandad, su amargura contenida, su estilo, su cinismo. Otro gran punto es que siempre escribe sobre temas distintos y los maneja muy bien.
El mundo del arte contemporáneo es su nueva temática. Es la historia de un artista que no tiene metas ni ambiciones. Que se aboca a su trabajo de manera impulsiva, que se hace millonario en una noche y no se preocupa si la inspiración es escasa. Habla de su relación con el arte, pero también de las relaciones personales de hoy: con su padre, su madre suicidada, sus novias, su galerista y el mundo que lo rodea, que según él, es igual al mundo que nos rodea a nosotros, sus lectores.

Con conocimiento de las técnicas y las teorías del arte, Houellebecq se mueve como pez en el agua en este mundo que tanto fascina hoy en día. Y ya que está vapulea a mucha gente: a muchas marcas, a la prensa francesa, los políticos, los especialistas de arte, los grandes compradores, etc. Pero lo que siempre se impone en este gran autor son las mismas preguntas que ocupan (y pre-ocupan) a los verdaderos pensadores a lo largo del tiempo: la felicidad, los logros, la muerte, las vanidades, la soledad, el miedo, y el porqué de tantas cosas. Es esa profundidad tan francesa que hace que lo valoremos.
Es muy difícil pensar que Houellebecq no haya leído a Jorge Luis Borges, y más aún que no leyó Del rigor en la ciencia, ese pequeñísimo cuento (casi un par de tweets) que nos relata la inútil tarea de aquellos que quisieron hacer un mapa tan detallista y perfecto que terminó teniendo las mismas características y el mismo tamaño que propio el territorio (¡tener en cuenta que este libro se llama El mapa y el territorio!). En ese imperio que describe Borges, los límites entre una cosa y la otra se hacen difusos y aquí nuestro amigo francés redobla la apuesta. El libro que se editó en 2010 narra cosas que sucedieron en 2011, cosas que le sucedieron a él mismo. Porque ahora Houellebecq es también personaje de su propio libro. Al principio pone en boca de su protagonista muchos pareceres y muchas definiciones sobre personas reales de los medios y del ambiente literario. Pero luego se entromete en la narración y sufre las consecuencias de aquello que sucede en su libro, transformándose en el personaje central de su propia ficción. Confundiendo otra vez el mapa con el territorio….
Al principio es anecdótica su presencia pero luego todo toma un giro que sorprende y refresca el libro. A la mitad, nos lleva para otro camino, totalmente distinto; demostrando la capacidad que tiene de manejar los tiempos.

El libro termina en el futuro. Un futuro cercano, muy verosímil y más promisorio que el propio presente de Houellebecq.  Luego de unas páginas donde la abulia y la tristeza definen los días de los protagonistas, gente que no espera mucho de la vida, se produce un salto temporal y pasamos a los últimos días de nuestro artista. Francia y toda Europa cambió y, según él, para bien. Y es allí donde el autor nos vuelve a hablar de arte, lo conceptualiza con una precisión que sorprende. Porque el protagonista pasa los últimos 10 años de su vida realizando un trabajo hermoso, que se nos revela con tanta exactitud que parece que lo estamos viendo. Un trabajo muy complejo, que mezcla lo artesanal con la tecnología. Y realzando lo más importante: el arte, su perdurabilidad en el tiempo y su mensaje.
Gran final para un gran libro.

El mapa y el territorio
Michel Houellebecq (1958)
Anagrama