Estados Unidos es una máquina de generar cuentistas. Los
cuentos pueden ser el género que mejor encaja con ellos; los define muy bien y es
el que más prestigio les da. Dentro y fuera del país. Es difícil estar al día
con todos los que hay, ya que son muchísimos. Y no son tantos los que se
traducen.
Stephen Dixon ya
tiene dos compilados en castellano. Si bien publicó en su lengua original unos
treinta libros, acá llegaron dos selecciones hechas por Eterna Cadencia, siempre de la mano de Eduardo Berti (aunque en la primera, llamada Calles y otros relatos, el prólogo lo hizo Rodrigo Fresán). En esta edición, Berti agregó también un
prólogo muy interesante para entender el contexto y las características del
autor.
Dixon es bien norteamericano en su forma de escribir:
sencillo, directo, casi con economía de palabras. “Sin embellecer la prosa” como él mismo dice. En lo personal, a mí
ese estilo de escritura me cuesta un poco. Me sabe a deslucido, a pobre. Igual,
con el correr de los años comencé a encariñarme más, a buscarle el gusto a la
ironía, a ese ascetismo que parece venirle de los cuáqueros. En lo temático, Dixon
es también un claro ejemplo de “lo
americano”: separaciones, frustraciones, miedo a la muerte, complejos;
lleno de perdedores con problemas con la bebida, gente que no se encuentra en
una sociedad que quiere mostrar que tiene todo solucionado y que no tiene lugar
para los que están al margen. Y siempre con una dosis de humor o ironía, que
sobrelleva el relato.
Pero creo que el plus de Dixon es su originalidad desde lo
formal. A veces se sale de lo estipulado, de la norma en cuanto a la narración
y te sorprende de manera muy gratificante. Desde un lugar que uno no espera. Demostrando
que no todo está inventado, que se puede llegar a nuevos lugares de manera
distinta. Y en este libro hay dos o tres relatos que cumplen con esa consigna.
Imaginación y originalidad pueden resumir este compilado de relatos
que es muy bienvenido por todos aquellos que buscamos algo nuevo cuando
hurgamos en las librerías.
Ventanas y otros relatos
Stephen Dixon (1936)
Eterna Cadencia
Eterna Cadencia
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