Estamos frente a un tipo muy particular. Felisberto
Hernández era uruguayo, pianista de
profesión, que musicalizaba películas de cine mudo o estaba girando con
orquestas. Bastante trashumante. Se casó seis veces. Hasta se casó con una
agente de la KGB y ¡nunca lo supo!
Pero vamos a lo literario. Quizás porque era demasiado
moderno para la época -mediados del siglo pasado- o porque no sabían bien donde
ubicarlo -lo vinculaban con el surrealismo, lo fantástico- o porque era un
escritor de escritores (Cortázar, Onetti, García Márquez y Calvino lo entronizaron). El tema es que con el correr de los años Hernández
logró zafar de etiquetas y hoy puede gozar del triunfo de su personalismo. Un
personalismo que hace que el mismo editor de este libro plantee que no corrigió
los errores de escritura para no tergiversar. Y sí, hay veces que hay algo “raro”
en sus frases. Pero como todo es medio raro...
El libro plantea una selección de cuentos de los más de diez
libros que se editaron en vida del autor. De manera cronológica. Y aquí creo
que se puede hablar de evolución. A medida que pasan las páginas, los cuentos
se hacen más depurados, más finos . Los primeros son más intenciones y buenas
ideas, y los últimos son más redondos en su concepción y su realización. Onetti, de hecho, gustaba más de los primeros, donde su
“ingenuidad” era más evidente.
Se agradece también a Felisberto -¡qué gran nombre!- esa
forma de hablar un tanto antigua y tan particular que tienen los uruguayos. Los
niños son pavos, casi como pánfilos al decir de mi padre. Las cosas son colocadas al
sesgo, el personaje se engolfa en reflexiones y así.
En estos cuentos se repiten varias formas y estructuras:
todos escritos en primera persona, con un vocabulario que va de los fino a lo
popular y siempre jugando con sus recuerdos. Y el término jugar no es casual:
Hernández se la pasa definiendo sus recuerdos, luego los personifica, después
los ubica en algún lugar de su cabeza y a partir de ahí todo puede suceder. Los
recuerdos se entreveran (otro término
tan delicado y tan uruguayo), charlan, se cruzan con sensaciones para tomar
formas inusitadas; se mienten, se pelean y un sinfín de opciones que hacen que
estemos siempre muy atentos a lo que leemos. Si un par de líneas nos
desconcentramos, seguro que vamos
a tener que retomar porque nos perdimos algo de la historia que hace que no
entendamos de qué nos habla. Una pequeña muestra del último de los cuentos
reunidos: “Entré a un café que estaba cerca de una iglesia, me senté
a una mesa del fondo y pensé en mi vida. Yo sabía aislar las horas de felicidad
y encerrarme en ellas; primero robaba con los ojos cualquier cosa descuidada de
la calle o del interior de las casas y después las llevaba a mi soledad. Gozaba
tanto al repasarla que si la gente lo hubiera sabido me hubiera odiado. Tal vez
no me quedaba tanto tiempo de felicidad.”
El libro es muy bueno. La escritura de Felisberto a veces no
es tan depurada, aunque creo que fue una decisión y no un problema. Logra
llegarnos y llevarnos con sus relatos. Tiene vuelo y eso lo que vale.
Se festeja también el afán de Eterna cadencia en mostrarnos otras cosas, que no todo está en las
editoriales multinacionales.
Cuentos reunidos
Felisberto Hernández (1902-1964)
Eterna Cadencia
gracias!
ResponderEliminarun placer!
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