14 septiembre 2012

Felisberto Hernández, Cuentos reunidos. Un uruguayo tapado




Estamos frente a un tipo muy particular. Felisberto Hernández era uruguayo, pianista de profesión, que musicalizaba películas de cine mudo o estaba girando con orquestas. Bastante trashumante. Se casó seis veces. Hasta se casó con una agente de la KGB y ¡nunca lo supo!

Pero vamos a lo literario. Quizás porque era demasiado moderno para la época -mediados del siglo pasado- o porque no sabían bien donde ubicarlo -lo vinculaban con el surrealismo, lo fantástico- o porque era un escritor de escritores (Cortázar, Onetti, García Márquez y Calvino lo entronizaron). El tema es que con el correr de los años Hernández logró zafar de etiquetas y hoy puede gozar del triunfo de su personalismo. Un personalismo que hace que el mismo editor de este libro plantee que no corrigió los errores de escritura para no tergiversar. Y sí, hay veces que hay algo “raro” en sus frases. Pero como todo es medio raro... 

El libro plantea una selección de cuentos de los más de diez libros que se editaron en vida del autor. De manera cronológica. Y aquí creo que se puede hablar de evolución. A medida que pasan las páginas, los cuentos se hacen más depurados, más finos . Los primeros son más intenciones y buenas ideas, y los últimos son más redondos en su concepción y su realización. Onetti, de hecho, gustaba más de los primeros, donde su “ingenuidad” era más evidente.

Se agradece también a Felisberto -¡qué gran nombre!- esa forma de hablar un tanto antigua y tan particular que tienen los uruguayos. Los niños son pavos, casi como pánfilos al decir de mi padre. Las cosas son colocadas al sesgo, el personaje se engolfa en reflexiones y así.

En estos cuentos se repiten varias formas y estructuras: todos escritos en primera persona, con un vocabulario que va de los fino a lo popular y siempre jugando con sus recuerdos. Y el término jugar no es casual: Hernández se la pasa definiendo sus recuerdos, luego los personifica, después los ubica en algún lugar de su cabeza y a partir de ahí todo puede suceder. Los recuerdos se entreveran (otro término tan delicado y tan uruguayo), charlan, se cruzan con sensaciones para tomar formas inusitadas; se mienten, se pelean y un sinfín de opciones que hacen que estemos siempre muy atentos a lo que leemos. Si un par de líneas nos desconcentramos, seguro que vamos a tener que retomar porque nos perdimos algo de la historia que hace que no entendamos de qué nos habla. Una pequeña muestra del último de los cuentos reunidos: “Entré a un café que estaba cerca de una iglesia, me senté a una mesa del fondo y pensé en mi vida. Yo sabía aislar las horas de felicidad y encerrarme en ellas; primero robaba con los ojos cualquier cosa descuidada de la calle o del interior de las casas y después las llevaba a mi soledad. Gozaba tanto al repasarla que si la gente lo hubiera sabido me hubiera odiado. Tal vez no me quedaba tanto tiempo de felicidad.”

El libro es muy bueno. La escritura de Felisberto a veces no es tan depurada, aunque creo que fue una decisión y no un problema. Logra llegarnos y llevarnos con sus relatos. Tiene vuelo y eso lo que vale.
Se festeja también el afán de Eterna cadencia en mostrarnos otras cosas, que no todo está en las editoriales multinacionales.

Cuentos reunidos
Felisberto Hernández (1902-1964)
Eterna Cadencia

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