07 abril 2012

La pintura de Manet, de Michel Foucault


Parece que Foucault también sabía de pintura. No le alcanzaba con ser capote de la elite intelectual mundial; también daba seminarios o charlas sobre arte. Y este libro es uno de esos eventos en Túnez sobre el gran artista Edouard Manet.
Lo bueno de la conferencia que nos da Foucault (porque ese es el efecto que logran estos libros, estar en igualdad de condiciones que aquellos que tuvieron la suerte) es que el lenguaje que utiliza es de una simpleza más que agradable. Está más cerca de la postura de un observador, que de la del teórico con intenciones de construir discurso.

El libro es la trascripción de una charla de 1971 donde se proyectaron 10 diapositivas (con sus 10 cuadros correspondientes de Manet) mientras Foucault hablaba con estos ejemplos concretos sobre: “el espacio del lienzo”,  “la iluminación” y “el lugar del espectador”. Lo ideal es ir buscando los cuadros por Internet e ir leyendo mientras miramos la pantalla. A veces hay que esforzarse un poco porque habla (le habla al público, nos habla) y nos señala cosas concretas: “vean este marco del espejo que vemos aquí”, “el espectador se tiene que parar en este lugar” o “acá donde marca mi bastón es donde empieza el paralelo....”. Igual, son todos comentarios que con un mínimo de ganas los podemos seguir sin problemas.

En lo que se refiere al contenido, Foucault va un poco más allá de lo que siempre se dice: que Manet es el padre o precursor del impresionismo. Aparte de ser el artista más importante la segunda mitad del siglo XIX, Manet abrió el juego del espacio sobre el que se pintaba y permitió muchos de los cambios que vinieron después. Nos remite a ejemplos concretos de Mondrian, al nacimiento de la pintura abstracta y la serie de variaciones que hizo del árbol; del Quattrocento (Foucault también hizo un curso público sobre el tema en 1968) rescata a Massaccio como ejemplo de lo clásico. Y se toma un buen tiempo para el final con Un bar del Folies-Bergère, donde sus mejores características se concentran. Tómense ustedes también un tiempo y miren:





Aparte de la cara que nos mira de frente, vean su espalda, a ese señor de galera (¿por qué vemos su reflejo y no lo vemos a él?), la iluminación, el salón. Todo el contexto  se ve a través del espejo y no sabemos bien si no hay más trucos . Porque lo que ella mira de frente, nosotros lo vemos a su espalda. Un precursor, sin atisbo de duda.

A partir del Quattrocento, los artistas intentan hacer olvidar o eludir que las pinturas están insertadas en telas, maderas o paredes; crean la sensación de una iluminación originada dentro del lienzo; y la perspectiva no hace más que ayudar a esa idea de ver algo en tres dimensiones cuando en realidad es de dos dimensiones. Para Foucault, el gran valor de Manet es ser el primero que define (o inventa) al cuadro-objeto, al cuadro como materialidad, al cuadro como objeto pintado que refleja una luz exterior y frente al cual se mueve el espectador”. A partir de ahí, todo cambió y los artistas del siglo pasado también pudieron “jugar” con “lo físico del lienzo que empieza a manifestarse con todas sus propiedades en la representación”.

Ahora no me queda otra que agarrar de la biblioteca otro libro de Manet de otro grande: Georges Bataille. Hace rato que está ahí y este es su momento. En breve les diré. Ah, y si les gusta Velázquez, busquen Las palabras y las cosas, otro libro de Foucault que tiene todo un capítulo dedicado a Las meninas.

La pintura de Manet
Michel Foucault (1926-1984)
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