02 octubre 2020

Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon


Biblioteca bizarra es un libro difícil de encasillar. Y Eduardo Halfon más aún. Escribe todos sus relatos en primera persona, siempre como escritor y con un tinte autobiográfico como característica. Si bien nació en Guatemala, no creo que se pueda definir como un escritor latinoamericano. Su vida tuvo un largo derrotero que lo llevó a irse a de niño a Canadá, luego a Estados Unidos y ahora reside en Francia. Él mismo dice que se encuentra más cerca de los escritores norteamericanos que de los del Sur. Y es esta suma de cosas lo que lo hace diferente: es un latinoamericano que escribe como estadounidense. Raro, distinto. Porque no tiene esas frases que uno lee y relee de tan refinadas (o creativas, o sugerentes, o poderosas) sino que busca la sencillez de los autores del Norte. Halfon define su prosa como “clara, directa, sin rodeos”. Pero siempre es Eduardo el protagonista, los temas de sus cuentos son sobre él mismo y muchas veces transcurren en Guatemala.

El libro, el primero en edición argentina, es un compendio de textos aparecidos en distintas revistas del mundo. Desde el 2011 al 2017. Ocho en total. Algunos, inclusive fueron escritos en inglés y luego traducidos.
El relato que da nombre al libro, es un repaso por distintas bibliotecas de personajes que el autor fue conociendo a lo largo de su vida. Por sus líneas se mencionan grandes nombres de la literatura universal (la cita es otra característica de Halfon) y es un texto muy llevadero. Tiene ese costado voyeur que aquellos que tenemos una relación un tanto fetichista con los libros festejamos. Ver a través de otros ojos cómo son las bibliotecas ajenas da un placer que no siempre está bien visto, sentirse emparentado por esa postura en un punto regocija, porque ¿quién no se pone a husmear la biblioteca de una casa apenas entra en ella? ¿cuántos de nosotros creemos que los lomos de los libros definen al dueño de casa? Si hay muchos, si hay pocos, si best sellers, si hay clásicos. Y si no hay una biblioteca, más todavía.
Luego le sigue un texto muy bueno, Los desechables. Gente en situación de calle que entrevista a Halfon en la presentación de un libro suyo. También le escribe una carta a su hijo, una carta que arranca en una clínica que se dedica a hacer abortos. Hay recuerdos de su niñez, amenazas que sufrió por algo que escribió pero no recuerda qué, y así le siguen varios acontecimientos que el autor transforma en relatos. Ahora, pensar que todos esos acontecimientos le pasaron verdaderamente al autor es muy ingenuo. Halfon se ha ocupado de aclararlo en más de una oportunidad, pero la gente sigue creyendo que sus textos son autobiográficos. Y es que, si el autor siempre le presta el nombre a su personaje el tema va a seguir dando para confusiones. De hecho, mató a su padre dos veces, y al parecer mucha gracia no le dio. Saber qué es real en sus relatos y qué no parece ser un juego que nuestro escritor pretende jugar.

Prolífico y original, autor de textos cortos y novelas, Eduardo Halfon hace pie en la escena literaria con una impronta bien propia. Casi que está de moda y vende bien.
Es una buena oportunidad para leer algo nuevo.

Biblioteca bizarra
Eduardo Halfon (1971)
Ediciones Godot


09 septiembre 2020

Anteparaíso, de Raúl Zurita


Anteparaíso es un canto a Chile. Raúl Zurita nutre sus estrofas de naturaleza y de esa geografía tan particular de su país. Es su marco, su escenario; la metáfora en la que condensa sus ideas, es su camino para llegar a las puertas de paraíso.

La geografía de un país suele definir varios aspectos de su idiosincrasia, y en Chile esta geografía terminó de moldear a sus habitantes. No podemos olvidar al gran Patricio Guzmán, quizás el mejor documentalista de América Latina, que define a su país como una isla, rodeada y asfixiada por la naturaleza. El mar de un lado y la cordillera del otro. Aislados.

Son las playas de Chile (que Zurita define como “horizonte y calvario”), son las montañas que se alzan y caminan rumbo al mar, con su tremenda inmensidad y su blanca nieve, hasta llegar a una imagen hermosa, casi alucinatoria: “Todos pudieron ver el azul del océano tras la cordillera”.
El cielo siempre está presente, los pastizales se queman y la dictadura podrida: todo lo lleva al dolor. Porque los versos de Zurita son de un inconformismo casi constante, como un quejido que lleva al dolor.
También utiliza otros idiomas que disparan frases: aymara, el quiché (la lengua del Popol Vuh), o la Biblia, con San Agustín y hasta Miguel Ángeltambaleándose sobre los andamios de los Andes”, pintando en las “invertidas cumbres del cielo”. Y del dolor pasamos a Pasión (esa que lleva mayúscula y nos remite a la religión). Todo tan chileno.

La ironía es fundamental para su juego con las palabras, pero cuando hay que posicionarse en aquella realidad que se vivía (el libro está escrito en 1982, años de plomo en el continente entero), y hablar de tanques y aviones Zurita vuelve a derrumbarse en el dolor:
Porque enlutaron sus casas y arrasaron sus pastos
Porque no hay consuelo para nosotros
y nadie acude
a compadecerse de los afligidos
Porque nadie puede decir que Zurita se mantuvo al margen de los temas pesados. Ni antes, ni ahora.

La repetición es otra de las herramientas del poeta. Las palabras vuelven a sonar línea tras línea, en un mismo verso. Siempre elige tres o cuatro palabras que suenan y resuenan, y cambian de sentido. Ese recurso Zurita lo utiliza con gran resultado. No es esa repetición anodina que cansa, sino que es el uso de la palabra, su acepción, su lugar en la frase y cómo se relacionan los distintos términos.


No olvidemos que el poeta pintó el cielo con sus frases. Literal.
Zurita siempre supo que el lápiz y el papel no eran la única opción. Los cambios de soportes fueron parte de su poesía desde el inicio. Así, en 1979, en su poemario Purgatorio (anterior a Anteparaíso), publicó una colección de electroencefalogramas propios cuando se ponía en duda su cordura.
En esta hermosa versión de la Editorial de la Universidad Diego Portales, no podía faltar el texto “La vida nueva”, un poema escrito en junio de 1982, en el cielo de Nueva York, con letras de humo escritas desde un avión 4.500 metros de altura. Arte visual, experimentación y poesía enlazadas en la búsqueda de distintos plataformas. También podemos mencionar su poema de 3 kilómetros de distancia escrito en el desierto de Atacama: “Ni pena ni miedo”(¿Land art?) o cuando se para en un escenario, con una banda atrás y recita sus poemas adoptando la postura de un front man rockero. Un ejemplo: https://www.youtube.com/watch?v=xLAipFUF6_k  

Hoy, 9 de septiembre de 2020, Raúl Zurita recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Según los que entregan el galardón, “reconocen el ejemplo poético de Zurita de sobreponerse al dolor con versos, con palabras comprometidas con la vida, la libertad y la naturaleza”. Casi un perfecto y sintético resumen de Anteparaíso. La coincidencia es demasiada.

Al terminar el libro nos queda la sensación de que Zurita no solo le canta a su patria chilena, sino que también le reclama, le exige, le recuerda sus miserias, sus contradicciones. Y lo más importantes, sus injusticias.

Hermoso libro de poemas.

Anteparaíso
Raúl Zurita (1950)
Ediciones Universidad Diego Portales


28 julio 2020

El entenado, de Juan José Saer


“Recuerdos y sueños son hechos por la misma materia”



El entenado es un largo y compacto monólogo, sin un solo diálogo. Escrito de manera soberbia, casi exuberante, describe un universo nuevo e infinito para el hombre de su época: la América de inicios del siglo XVI. Un joven grumete llega en una de las primeras embarcaciones al Río de la Plata, sube por el litoral argentino y es tomado rehén por los indios. Es el único que se salva, el resto de sus compañeros es aniquilado. Un detalle importante: la tribu son los colastiné, indias que se caracterizaban por hacer un ritual caníbal que repetían todos los años. Esto es un espeluznante asado humano, acompañado de alcohol y excesos de todo tipo.
Durante 10 años el extranjero va a estar con ellos, los hombres “de cuerpo oscuro y lustroso”. La descripción de este Nuevo Mundo es un deleite, Saer nos muestra cómo era nuestro continente en esa época. La lectura es tan sinuosa como los caminos de los indios, las frases son tan largas que uno no se acuerda cómo empezaban. Muchas comas, algún punto y coma y un devenir de ideas que maravilla. Como si hubiera tantas cosas que contar en una sola frase, como si autor se negase a dejar afuera algo de todo lo que está viendo y su protagonista viviendo. Es la primera vez que leo a Juan José Saer y no logro saber por qué tardé tanto (más aún cuando este es un libro que rescaté de la casa de mis padres de la década del ’80 del siglo pasado. Me río de mi eufemismo: “rescatar”).



“Lo desconocido es una abstracción; lo conocido, un desierto; pero lo conocido a medias, lo vislumbrado, es el lugar perfecto para hacer ondular deseo y alucinación” escribe Saer. Y eso es América para los colonizadores: la aventura, lo desconocido, un viaje donde todo puede pasar.

El monólogo repite insistentemente que quien “rasga la pluma contra el papel” ya es mayor, tiene 60 años, y no puede sacar de su cabeza todas esas imágenes y recuerdos. En algún lugar de Andalucía -casas blancas mirando al Mediterráneo- el viejo escribe todo aquello que vivió. Y cuando ya sabemos qué pasó en América y su deambular de cuando volvió a Europa, nuestro monologuista arremete con una profundidad vibrante y nos analiza el mundo de los indios, su cosmogonía, la muerte, sus valores, sus creencias y el por qué de tantas cosas: sabemos por qué no se ríen, por qué son tan pulcros, tan sencillos. La necesidad de sentirse verdaderos a través del canibalismo y la presencia constante de su propia aniquilación Su lugar en el mundo, en ese mundo tan desconocido por los otros. Y allí radica el dolor del viejo, no quiere que siga siendo desconocido. La gente de Europa no tiene idea de la idiosincrasia de esos indios que están matando. A los pocos años de volver, el protagonista (del que nunca sabremos su nombre) ya sabe con certeza que de ese mundo nada queda. Los colonizadores nunca pudieron diferenciar los distintos tipos de indios que había en América. Algunos discutían si aquellos indios eran cristianos, aunque la gran mayoría de los europeos discutía si eran hombres. Y más de cuatro siglos después, seguimos sin saber mucho. Nada quedó de esa cultura, fue borrada con plomo primero y desinterés después. Saer juega con la barbarie de los que vivían en América y la de los que vinieron a conquistarlos.
Y ahí es donde el viejo se da cuenta de que su destino es preservar esa cultura que reposa en su memoria, ese testigo deja su propio recuerdo plasmado. Aunque es un libro escrito en 1983, su escritura tiene una clara pretensión de universalidad que trasciende cualquier época. Un texto sin tiempo.

Perplejo quedé al terminar el libro. Y lleno también. La humanidad entera, el viejo en esa habitación blanca y las palabras todas encajan de una manera perfecta. El sentido de esa vida que nos narra Saer se cumple al final del texto. El entenado, un imprescindible.

El entenado
Juan José Saer (1937-2005)
Alianza Literatura

06 julio 2020

Configuración de la última orilla. Poesía de Michel Houellebecq


Michel Houellebecq es el escritor de lengua francesa más conocido y leído de esta época. Sus libros son esperados en todos los idiomas y rincones del mundo y no suele defraudar a sus seguidores, que son muchísimos. A mí me gusta mucho y varias veces lo dejé dicho por aquí (http://fernandolojo.blogspot.com/2013/06/michel-houellebecq-lo-hizo-otra-vez-el.html). Sus libros tienen un trabajo y unas ideas poderosas que nosotros, los lectores, agradecemos mucho. Me lo imagino meticuloso, pensativo al abordar historias y al corregir sus propias frases. Y es por eso que me intrigaba su poesía. Y por suerte, de la intriga pasé al gusto y al placer.

Siempre es interesante leer poemas de quien está más relacionado con las novelas. La poesía suele darnos la sensación de conocer un costado distinto de un autor, otra mirada.
Aquí Houellebecq nos muestra retazos de su vida, de sus pensamientos, de su eterno confrontar con lo establecido, de su transgresión como marca registrada. Poemas cortos y contundentes, efectivos, efectistas. En un aeropuerto, un café, en un tren o en la playa. Uno se lo quiere imaginar escribiendo en la servilleta de un bar o en un cuadernito de anotaciones que luego pule con insistencia de orfebre. Y aquí están esos temas que siempre habitan en sus novelas, todos juntos. La muerte y la sensación de vacío que se repiten y se remiten una a la otra. Y el miedo. Dicen que no hay mejor forma de derrotar al miedo que enfrentarlo; o es darle forma, rima. Poseerlo para transformarlo, o al revés. Y si está la muerte, está el sexo. Pareja constante para los que juegan con las palabras. A Houellebecq le encanta insistir con su órgano viril, y en estas páginas le da rienda suelta al tema. Al punto que es una sección del libro: “Memorias de una polla” (los españolismos son la parte negativa del asunto. Eso y la traducción, pero más adelante me dedicaré a ello). El rabo, el culo, la piel, trozos de carne o las jovencitas del secundario. A veces es tan viejo libidinoso, y se jacta de eso, que ya es de otra época. Pero unas páginas más adelante se pone sensible, habla del amor y del desamor con un tono desconocido. Ya no es ese misógino altanero y se nos muestra endeble, vulnerable. Y una vez más, agradecemos su versatilidad.

Este es su quinto libro de poesía. De hecho, ya hay uno que se llama “Poesías” y reúne sus cuatro libros de poemas que se editaron antes que este. Por suerte, sus textos aquí están todos en su lengua original -a modo de Notas-, en la parte inferior de las páginas. Aquellos que podemos balbucear un poco de francés, aunque sea poco, nos damos cuenta de las intenciones del autor y que la traducción es polémicamente libre. En un momento Houellebecq pide “Disculpas por una rima tan chata” porque una característica muy importante de algunos de estos poemas es que sean exageradamente infantiles en la rima. Que así suenen, adrede. Pop, dicen algunos. Pero la traducción no refleja nada de eso, el estilo en castellano no resulta ser fiel a las palabras del autor francés. Es una decisión del traductor que no suma. Altair Diez y Abel Pozuelo han traducido al castellano toda la obra de Houellebecq para Anagrama, aunque en este libro solo firma el primero. Y según ellos “la rima nos pareció desde el principio una tarea no ya titánica sino prácticamente imposible”. Con eso quieren decir que no van a traducir en rima. Y eso le resta al espíritu del libro. Mucho.

Así y todo, es un ejercicio muy placentero leer la poesía de Houellebecq. De eso no hay duda.

Configuración de la última orilla
Michael Houellebecq (1958)
Anagrama

30 mayo 2020

Lagartija, de Banana Yoshimoto


Banana Yoshimoto escribe de manera sencilla, límpida. Sus cuentos no necesitan ser releídos, no buscan ser complejos. Tiene una capacidad interesante de describir, tanto las situaciones como a sus personajes. Pero sus relatos me parecen un tanto lejanos, difíciles de abrazar. No es porque sus historias sucedan en Tokio, ni porque sean textos de la última década del siglo pasado. Tampoco creo que sea culpa de la traducción, tan española que parece que sus personajes van caminando por la Gran Vía madrileña.
El tiempo y el lugar nunca fueron obstáculos a la hora de leer. La idea de dejarse llevar y sorprenderse por alguien distante y distinto también nos excita cuando agarramos un libro en nuestras manos, nos acomodamos para estar un buen rato y nos sumergimos en ese mundo que nos proponen los autores.

Quizás lo que más me costó del libro fue la dificultad de encontrarle un estilo definido (aunque James Joyce escribió cada capítulo de su Ulises con un estilo diferente, pero no creo que sea justa esta comparación). Por momentos Yoshimoto nos ofrece un cuento con tintes fantásticos, donde seres con rasgos humanos no son lo que parecen, y están entre nosotros con el fin de ayudarnos. Eso pasa en el primer texto.  En el segundo cuento, el que da nombre al libro, vuelve a merodear lo fantástico pero mezclado con terapias alternativas (hablamos de poderes de sanación) y angustias infantiles. Luego deja esta vertiente para hablar de “gente común”; de historias introspectivas, profundas. Personajes que llegan a un límite, a ese punto donde todo va a cambiar para siempre. Y ellos lo saben.
Es cierto que al inicio de las historias la fluidez de sus relatos nos va llevando suave y sabiamente por los rincones que impone la autora, pero luego se me cae todo. Y pierdo interés en aquellos que ven un rayo y jamás lo olvidarán, en los que encuentran las respuestas a todo gracias a una comida típica de Corea llama kimchi, o en jóvenes que se sienten perdidas y dudan de su futuro. La mejor historia es la última, que mezcla amor con sexo exagerado, la locura de una madre y la contención de un padre y hace una buena descripción del poder, el lujo y lujuria de Tokio.

Después del cuarto cuento me acordé que ya había leído otro de Yoshimoto: Kitchen. Muchos años atrás una gran amiga me lo regaló. Estaba a punto de ser padre por primera vez, luego de varios intentos y con un embarazo complicado. El problema fue con el cuento que le seguía a Kitchen, que se llama Moonlight Shadow; allí rondaba la muerte y la melancolía debido a la pérdida de ese ser amado. Y leer eso me costaba, me daba mala espina. Era un mensaje que no quería descifrar; una historia que no debía cruzarse en mi camino, aunque sea en ese momento. Así que lo dejé sin terminar. Aliviado, lo dejé en la biblioteca. Hace 12 años. En estos días lo volví a releer para ver qué me acordaba, para saber si era cierta esa sensación que tenía y sí, siento que todo sigue igual. Pensaba darle una oportunidad y terminarlo después de tantos años. Pero no lo voy a hacer, no me voy a arriesgar. Es como un augurio. Así que va derecho a la biblioteca otra vez.

No hay caso, por más que lo intente con Banana Yoshimoto no puedo tener afinidad.

Lagartija
Banana Yoshimoto (1964)
Tusquets Editores



26 abril 2020

Plano americano, de Leila Guerriero. La excelencia y el periodismo de papel.


Leila Guerriero es una de esas periodistas de las que ya quedan pocas. Se especializó en hacer entrevistas a referentes de la cultura de toda Latinoamérica a la vieja usanza: largas, concienzudas, con una investigación detrás y buscando el detalle que define al personaje. En una época, se lo llamó Nuevo Periodismo, y se popularizó en las revistas y diarios del fin de semana. De cuando la gente leía los diarios en papel, cuando te quedaba tinta negra en los dedos.

Leila Guerriero hace años que publica libros basados en sus investigaciones. Sus textos relacionados con la cultura son varios: en Frutos extraños (2009) mezcla entrevistas con crónicas y perfiles, en Los malditos (2011) ella es la que compila textos de otros sobre artistas que no tuvieron éxito pero que el tiempo supo recuperar (aunque no a todos). Escribió también sobre el pianista Bruno Gelber, mujeres que lo dieron todo (Extremas, 2019), y también supo moverse en otros temas como la crisis energética (Voltios, 2107) o el Equipo Argentino de Antropología Forense, cuya crónica le valió el Premio 2010 de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Investigar y escribir es una fórmula que a Leila Guerriero le resulta de manera probada.

En nuestro libro en cuestión, la periodista bucea por la vida de artistas de todo tipo: Nicanor Parra (uno de los mis preferidos), Fogwill, Kuitca, Sara Facio, Fabián Casas, Minujín, Piglia, entre tantos otros. A todos estos popes de la cultura los somete a varios encuentros (es una decisión de la autora relatar sobre la cantidad de veces que visita a sus entrevistados, con el incordio que esto genera en algunos) y ahí es donde uno aprende leyendo a Guerriero. Porque tiene un oficio estupendo, pero demuestra también que la observación hace al entrevistado. No solo las palabras, las preguntas o la propia investigación. El adorno del living, las extravagancias que se repiten (lo que antes se llamaba manías, y hoy tocs), la ropa que usa, la mirada, los gustos o la intimidad de la casa. De su mano entramos a ese pequeño mundo privado y uno actúa casi como un fan, reconociendo en ellos algunas cosas que se podía imaginar y sorprendiéndose de otras que nunca hubiera pensado.
Pero también funciona para mostrarnos otros artistas que podríamos conocer de nombre, pero nunca tuvimos oportunidad de saber de ellos en profundidad o nombres que leemos por primera vez. La vastedad del arte funciona como excusa para nuestra falta de cultura. Por eso nos puede introducir a Homero Alsina Thevenet, Herníquez Ureña, Marcial Berro, Pablo Ramírez o Aurora Venturini. Todos ellos tienen una historia hermosa que contar -por algo ella los entrevista-, abriendo una ventana a otras épocas, a distintas maneras de vivir el arte o la cultura o al deleite de la trascendencia. Guerriero los rescata y nos los muestra, para ubicarlos en el lugar que tienen que estar. Si ella te hace una entrevista de varias páginas, por algo será.

Y luego viene la distribución. Guerriero como agente de la cultura popular y masiva sabe que es tan importante contar bien una historia como lograr la distribución de sus textos. Medios gráficos (diarios de fin de semana y revistas) de todo América Latina reciben las entrevistas que aquí se compilan: suplemento cultural Babelia del diario El País de España, revista El malpensante de Colombia, diario El País de Uruguay, revista Vanity Fair de España, suplemento ADN del diario La Nación de Argentina, revista Paula de Chile, diario Perfil de Argentina, revista Sábado del diario El Mercurio de Chile, revista SoHo de Colombia, revista El domingo del diario El Universal de México, y muchos otros. Varios de estos textos fueron publicados, inclusive, en dos medios distintos.
Todos anteriores a la fecha de esta publicación: 2013. Cuando había tantos diarios y revistas para publicar y leer. Épocas que ya se añoran.

Pero el libro deja lo mejor para el final. El anteúltimo texto es sobre Roberto Arlt y es de una excelencia periodística que debería ser parte de algún texto de periodismo de investigación. Casi 80 páginas (cuando el promedio del resto es de 10/15 páginas), inéditas y con un sinfín de recursos. Guerriero da cátedra de cómo se hace periodismo: hay entrevistas personales, textos de otros hablando de Arlt, entrevistas hechas a Arlt, citas de distintos libros del autor, un pormenorizado relato de cómo buscó al hijo, lo encontró y este se negó a darle una nota, la historia de vida, el análisis de sus textos (hechos por ella y por otros), y muchos detalles que nutren la vida de uno de los grandes autores de las letras argentinas. Porque Arlt fue un personaje, y Guerriero se encarga de demostrarlo y de mostrarnos también la persona que hubo detrás. Un lujo del periodismo, y perdón por tanta zalamería.

La Editorial de la Universidad Diego Portales sigue presentándonos lo mejor de las letras de América Latina. Los lectores, agradecidos.


Leila Guerriero (1967)
Plano americano
Ediciones Universidad Diego Portales


28 marzo 2020

Las horas, de Michael Cunningham. De la mano de Virginia Woolf



Las horas es un gran homenaje a Virginia Woolf en general, y a su libro La señora Dalloway en particular. Lo primero que nos ofrece es un prólogo que relata detalladamente el suicidio de Woolf (difícil resistirse a la tentación de escribirlo) y el primer capítulo se llama como el libro antes citado. Leer este texto sin haber leído el que lo inspira, es como ir a una fiesta de disfraces vestido de civil. Como que uno no se encuentra.
Cuando lo compré no sabía nada de esto, así que tuve que buscar y leer La señora Dalloway para poder arrancar con éste. Lo bien que lo pasé leyendo a la original ya lo mencioné en otro lado: http://fernandolojo.blogspot.com/2020/02/la-senora-dalloway-de-virginia-woolf.html. Leer a Woolf siempre da gusto.

Ahora sí estaba preparado para leer el libro de Michael Cunningham. Desde el inicio el homenaje se pone también de manifiesto cuando el autor utiliza varios recursos que usó Woolf al escribir Dalloway: todo sucede en un mismo día (desde la mañana hasta la noche de esa jornada transcurre nuestro texto), los pensamientos mandan (tal como sucede en el homenajeado, lo que piensan los personajes es un parte fundamental del relato, y pasa de un pensamiento a otro sin ninguna diferenciación ni marca puntual) y todos van de un lado a otro a lo largo de las páginas. Recorrer y andar es una característica de ambas obras. Woolf recorre Londres, Cunningham recorre el tiempo.
Y aquí está la gran diferencia, Las horas nos cuenta tres historias en paralelo, y gracias a esto el libro toma un vuelo propio más que interesante. 
El primer personaje es la propia Virginia Woolf, en 1923, en las afueras de Londres debido a su delicada salud mental (Cunningham se hace un festín bastante morboso con su enfermedad, hay voces que le hablan y todo). Ese preciso día Virginia Woolf empezó a escribir el libro tan mencionado, sus primeras páginas, y ella ya dudaba de lo que iba a ser una obra de arte. Cuando pasa la duda, viene el momento de pensar cómo va a ser el personaje de Dalloway: sus gustos, su relación con la servidumbre, con la muerte, con el amor prohibido. Virginia construye a Clarissa Dalloway, empatiza aquí y se diferencia allí. ¡Y Cunningham hace lo mismo! La hace decir a Woolf ciertas cosas, pone en su mente otras. Woolf se obsesiona con el amor prohibido, aquel que es perfecto simplemente porque nunca llega a concretarse. Pero, ¿no es Cunningham el que se obsesiona? En el Dalloway original apenas son unas líneas, mientras que aquí recorre el libro y los tres personajes sufren por el amor prohibido.
El segundo personaje es una señora aburrida que vive en Los Angeles en 1949. Está leyendo el libro (La señora Dalloway, obvio) y su vida discurre entre ser la típica madre americana de post guerra o mandar todo al diablo. Solo quiere estar tranquila, tener un poco paz para poder leer.
El tercero se llama Clarissa (como la del título) y su mejor amigo de la vida siempre la llama Señora Dalloway. Su amigo es poeta, se está muriendo de SIDA y hace muchos años tuvieron un amorío. Nueva York, fin de milenio.

Todo esto se dice en las primeras páginas. Es solo el inicio, y a partir de allí se arman tramas y situaciones, en cada una de sus vidas y en su mundo. Eso sí, todo transcurre a lo largo de un único día. Los capítulos son bien cortitos y vamos de una a la otra, con sutilezas que quizás unen sus historias, pero sin buscar la relación entre ellas ni la identificación. Cunningham escribe de una manera muy sobria, llevadera, pero con un toque de cinismo que me gusta. El libro ganó muchos premios (el Pullitzer, entre otros), se hizo un película muy taquillera (ganadora de un Oscar) y yo ya había tenido una linda sensación con otro de sus éxitos: Cuando cae la noche (http://fernandolojo.blogspot.com/2012/05/cuando-cae-la-noche-de-michael.html). Nuevo paréntesis: acabo de leer la reseña que escribí ocho años atrás y veo varias cosas que se repiten en su prosa y en mi texto. Me gusta eso.

El final del libro es brillante, se nota que el autor lo tenía pensado hacía rato. Una construcción y un remate, que en un par de frases dan un significado nuevo a todo lo anterior. Lo tuve que leer dos veces.

Las horas es una gran experiencia. Y si pueden leer antes a Woolf, mucho mejor.

Las horas
Michael Cunningham (1952)
Editorial Norma

11 marzo 2020

Ilustres raperos, de David Foster Wallace y Mark Costello. El rap explicado a los blancos




En 1989 explota todo. El rap se instala definitivamente en lo más alto de la música, en EEUU y en el mundo entero. Ya nadie puede frenar esa forma de frasear, ya nadie critica que se “tomen prestado” riffs, melodías o pedazos enteros de otras canciones, el hip hop deja de ser música de negros y para negros. Nunca más el nicho.
Ilustres raperos cuenta toda esta época porque se escribió en aquellos años. El libro es una reedición de Editorial Malpaso cuyo original salió en 1990, cuando dos chicos universitarios, blancos, vivieron toda esa explosión. Eso de estar en el momento y el lugar adecuado, aquí va perfecto.

Antes de que David Foster Wallace sea David Foster Wallace (famoso, exitoso, el más influyente e innovador de su tiempo, multiganador de premios y tantas loas más. Sin hablar de su suicidio que lo enalteció aún más), era un joven de veintipico de años que quiso continuar con sus estudios en la Universidad de Harvard. Es por eso que se muda a Boston con su viejo compañero Mark Costello a fines de la década del 80. Meses antes que publiquen su primer gran novela: La niña de pelo raro. Justo cuando todo estaba pasando en la incipiente movida del hip hop, cuando la ciudad se llenaba de MC’s - o raperos - que contaban sus verdades y desgracias.

El título del libro es el nombre de la canción de 1988, “Signifying rapper”, interpretada por Schoolly D, que tiene un riff robado (o sampleado, como gustan decir) a Led Zeppelin. Está basado en (o tomado de) un texto de la comunidad africana Yoruba y relata una sangrienta crónica de venganzas del gueto. Toda una definición: riff de otro, relato antiguo africano y a los tiros por el gueto negro. Va el link para que vean de qué se trata: https://www.youtube.com/watch?v=V-PxCWwu5kQ

Una buena definición social de este estilo musical es la que brinda el libro cuando definen el sampleado: nace de la necesidad. Los primeros raperos no tenían plata para comprar instrumentos, por eso usaban discos y casetes para hacer música con música de otros.

Pero lo bueno del libro es que excede lo musical. Hay una explicación concienzuda y muy política de las causas sociales que hacen que nazca esta música. Arranca por donde tiene que arrancar: los problemas de la educación. Las escuelas segregadas generaron una grieta que al día de hoy no se solucionó en el Gran País de las Oportunidades. La separación racial en las escuelas produce lo que ellos llaman “distanciamiento entre las razas”. Es muy difícil salir de la pobreza en esas condiciones; mala educación, menos oportunidades.

El hip hop es fruto de su época. Cientos de miles de jóvenes saben que no van a llegar a nada (no es baja autoestima, es una realidad que los aplasta) y ven al hip hop como una salvación. Es el rap, ser deportista o meterse en las bandas juveniles que trafican drogas, crack en aquella época. Los que llegan se llenan de oro y cadenas para mostrarse. El éxito es algo de lo que hay que jactarse. El hip hop no es para pasar desapercibido, es para gritarlo a los cuatro vientos. Como el “I’m black and I’m proud” de James Brown. Que todos lo sepan.

El libro también relata las salidas de estos dos jovencitos que viven la increíble manifestación cultural del género que, en términos menos sociológicos, significa que se metían en todo boliche o tugurio donde realmente sucedían cosas. El subtítulo del libro es “El rap explicado a los blancos” ya que en varias entrevistas que pidieron, los negros los miraban desconfiados. El rap por aquellas épocas -salvo algunas excepciones- era bien negro; todavía no era un fenómeno musical y cultural, pero faltaba realmente muy poco para que lo fuera. Lo que los autores veían era una oportunidad para los blancos de entender las penurias de la comunidad negra, siempre en actitud desafiante, una realidad que siempre parecía estar a punto de hacer implosión o explosión, según el caso. Un gran ejemplo fue el video Fight the power que dirigió Spike Lee, una canción de los Public Enemy que recreaba la marcha multitudinaria de 1963 hecha por Martin Luther King. Allí se visibilizó un problema de millones. Y eso era lo que quería esta nueva generación. Salir de los estereotipos del negro ladrón, y ponerse del lado de los que iban a pelear: Fight the power. Vale la pena recordarlo: https://www.youtube.com/watch?v=p6zIumB81eU


El libro se puede maridar con una serie de Netflix llamada “Hip Hop Evolution” que cuenta la historia del rap en 16 capítulos. Es muy buena. Ver el tráiler de la temporada1, que trata esta época: https://www.netflix.com/ar/title/80141782.
Eso y escuchar cada una de las bandas que el libro propone. Un viaje musical y social por el que nos llevan estos dos blancos, en un mundo de negros, que nadie imaginó que iba a llegar hasta donde llegó. El hip hop hoy es maisntream, los raperos son estrellas indiscutidas del firmamento musical. Pero hubo una época que no era así, que nadie tenía bien en claro lo que estaban haciendo ni cuáles eran los límites de este género. De eso se trata el libro.


Ilustres raperos
David Foster Wallace – Mark Costello
Malpaso


07 febrero 2020

La señora Dalloway, de Virginia Woolf.




Los pensamientos rigen esta novela. Las ideas que surgen, aquello que se dice en silencio, para adentro. Hay diálogos también, obvio; pero hay muchos más pensamientos. Muchos. Disímiles la gran mayoría de las veces.
Con múltiples puntos de vista, los personajes son vistos por ellos mismos y por los otros, creando un juego de contrastes más que interesante. Se mezclan los pensamientos con la voz del autor, de hecho, uno de los valores de la novela es que pasa del relato al pensamiento sin que el lector lo advierta. La continuidad es uno de los tantos logros que tiene este libro.

La novela cuenta un día en la vida de la Señora Dalloway, en realidad también relata un día en la vida de la de un montón de gente, vidas que se van hilando a medida que corren las páginas. James Joyce ya había publicado su gran Ulises tres años antes de lo escrito por Virginia Woolf. Ella en Londres y él en Dublin.

Los pensamientos aparecen en todos lados: al estar exultante en casa, al pasear por la calle, al mirar al marido deprimido (y el marido también piensa lo suyo), al menospreciar a los acomodados, o al estar en una fiesta de lo más elitista. El doble discurso es constante. Woolf utiliza una manera muy sutil de desnudar la hipocresía de la sociedad inglesa de su época y una forma muy efectiva de mostrarnos el Londres de 1920; sus barrios, sus vitrinas, sus autos, sus pobres tirados en la calle y los poderosos pasando en autos de lujo. Ese Londres de entre guerra, que sufre aún las consecuencias de la contienda, que avizora la caída de ese imperio que supo ser, que se mueve con una cantidad de gente sucia que ya no sorprende a nadie. Pero que también muestra al adinerado, al de alcurnia y a la clase política. Todo lo que pasaba en esa época está en este maravilloso libro.

El reloj del Big Ben suena a cada hora. Se mete en la vida de Londres, en los personajes y en la estructura del libro. El inapelable paso del tiempo. El movimiento del reloj es similar al movimiento de los personajes; van de acá para allá, recorren Londres, compran regalos, visitan amistades y caminan mucho. Hay un movimiento continuo de gentes y pensamientos que no para. Los personajes se cruzan en las calles; ellos no se conocen, pero el lector sí. Entramos al parque con el antiguo novio de la Señora Dalloway y sus pensamientos y salimos del brazo de un ex combatiente que sufre alteraciones mentales. En esta pareja se ve la desesperación de una enfermedad mal tratada que termina de la peor manera. Los puntos de vista de ambos aquí se alejan tanto que da pena ver el abismo que hay entre ellos, una pareja en la que sólo nosotros -los lectores- sabemos sus temores, lo que piensan uno del otro y todo lo que no pueden compartirse entre ellos. Un momento muy logrado porque no son solo pensamientos, hay sentimientos, deseos, miedos, dolores. Y el amor: el que hubo, el que se rompió, el no correspondido y el que se mantiene.

Es recurrente la pregunta retórica sobre lo que no pasó: ¿Habría sido más feliz si me hubiese casado con él? ¿Cómo hubiera sido mi vida fuera de Londres? Preguntas sin respuestas, que sólo generan dudas y nunca certezas, pero que sirven para pensar(se) en otras situaciones y para evaluar las decisiones que todos tomamos en la vida. Muchas de las cuales no tienen vuelta atrás. Porque la novela termina a la noche, en una fiesta donde la elite dirigente se revuelca en sus propios sentimientos y pensamientos. Y Woolf se toma el fin de fiesta para las últimas reflexiones, las de aquellos que están pasando los 50 años y analizan qué fue de sus ideales y de sus amores. Lo que fue y lo que debía ser, lo que sirve y lo que ya no, el orgullo y la vergüenza. Todo un cierre del día, de la vida y del libro.

Los que saben dicen que este libro cambió la literatura del siglo pasado. Y yo, que no sé nada, creo que hay que leerlo. Que tienen razón los eruditos de internet. Que es un texto exquisito y refinado. Y que vale la pena, sin dudas.

La Señora Dalloway
Virginia Woolf (1882-1941)
Lumen