19 julio 2013

Lo bueno de releer a Italo Calvino. Las ciudades invisibles



Las relecturas nos llevan por dos caminos diferentes. Por un lado, está en juego ver cuánto recordamos de lo que ya fue leído hace años. De la trama, de los personajes, la manera de escribir o hasta de un diálogo; quizás hasta nos podamos llegar a acodar de cómo nos imaginábamos la cara de algún protagonista; titánica tarea. Pero también se nos presenta nuestra propia persona. Y ahí empezás a acordarte de cómo eras vos en esa época, qué hacías en esos años, dónde leíste el libro, con quién estabas y hasta tratar de saber de quién era el libro, si es que el que tenés entre manos no es el ejemplar que leíste en su momento. Yo me acuerdo tanto de ese libro que hasta me molesta que no sea igual al que tengo ahora. Y eso que los dos son de Siruela, pero ya hubo 18 ediciones de este libro…. Y sólo contando las de esta editorial.
Recordando época pasadas, uno se da cuenta que Italo Calvino calza perfecto para los veinte años. No sólo por estas ciudades invisibles que nos regala (una verdadera maravilla de la originalidad, la arquitectura y los miles de detalles y recuerdos de tantas ciudades que conocemos), sino que sus obras más conocidas son ideales para esa época llena de ideales. En ese momento de la vida, lo que más necesitábamos era que alguien nos mostrara que se podía ir en contra de lo establecido, que alguien podía vivir arriba de los árboles en completa rebeldía, o estar dividido en dos por un sablazo y seguir de lo más campante (y no rampante). Ni qué decir cuando lo inexistente camina, tiene vida y se manifiesta a través de una armadura vacía. Leer a los 20 años El barón rampante, El vizconde demediado y El caballero inexistente era casi necesario para poder afrontar lo que se nos venía después. Para poder ampliar los límites tan férreos de la realidad que ahora nos tiene acorralados. Para poder saber que hay algo más. Siempre. En las páginas de un libro cualquiera.
Las ciudades invisibles tiene ese toque exótico e inverosímil que lo hace todo muy atractivo. Marco Polo le va describiendo al gran Kublai Kan las ciudades de un imperio tan vasto como irreal. Un imperio en el que coexisten las ciudades verdaderas con las inventadas, las necesarias con las soñadas, las idealizadas con las imposibles. Todas con nombres de mujer, detalladas de una manera tan minuciosa, certera y etérea que no cuesta imaginarlas. Nos vamos llenando la cabeza de arcos, balcones, caminos y puentes. Son 55 ciudades que en una página ya están descriptas con sencillez de discurso y una belleza que nos hace añorar alguna de esas ciudades que nosotros conocimos realmente. La libertad en la escritura es total: por momentos no importa la puntuación (generalmente en la enumeración de detalles), en otros momentos los tiempos (hay ciudades con ascensores o aeropuertos, mientras que la relación de Polo y el Kan data del siglo XIII). Libre, sencillo y hermoso. Casi como aquella época.
Evocamos ciudades conocidas y de las otras. Y evocamos una época de nuestra vida. Calvino y la relectura gratifican por partida doble.

Las ciudades invisibles
Italo Calvino (1923-1985)
Siruela