07 noviembre 2018

Alberto Laiseca, Matando enanos a garrotazos



Este es el segundo libro de Alberto Laiseca, el primero y único de cuentos en su carrera. Laiseca es un autor de culto que se mandó una obra monumental de 1.300 páginas para dejar de ser, justamente, de culto. Los Soria -así se llama el Gran Libro- ya aparecen en estos cuentos (así como Sebregondi y los Tadeys acompañaron en sus páginas siempre al otro autor que ya dejó de ser de culto: Osvaldo Lamborghini). Los relatos de este libro están habitados por un sinfín de personajes extravagantes que entran y salen de este mundo asfixiante, pseudo-militar, de humor negro y trasgresor que Laiseca compone y saca a la luz en 1982. El libro es muy de los ochentas. Con ese delirio de propuestas exageradas, que se anima a reírse de la muerte que el Estado amparaba y llevaba adelante en aquellos años oscuros. No sólo en Latinoamérica, sino en el mundo entero. Un detalle importante: los cuentos están unidos entre sí, inclusive algunos dan pie al que sigue. Como si fuera un único y gran relato envuelto en forma de cuentos.

La violencia del libro arranca en los países árabes, donde las técnicas de tortura se mezclan con adoraciones al Profeta (con mayúsculas), en busca de la Verdad (otras mayúsculas); para después adentrarnos en un mundo lumpen y futurístico, una versión del futuro más cercano al pasado tipo Blade Runner, pero con crotos comiendo salame. Y de a poco, va planteando un poder propio, una Tecnocracia (insisto con las Mayúsculas) feroz, impasible ante el ejercicio de la violencia, implacable. Aquí el Supremo (ídem con la S) regula todo. Con esa idea de totalitarismo que consumíamos (y sufríamos) en esa época. Hasta se anima a pensar una nueva idea de la solución final, que arranca con una cita de Rudolf Hoess en Auschwitz e intenta mejorar el uso del espacio para los cadáveres que salen de los campos de concentración. Hoy es difícil que alguien se ría de eso, difícil que se anime a plantearlo como tema siquiera.
Siguiendo con la Segunda Guerra Mundial, Laiseca busca en otro cuento el centro de gravedad, cuando las fuerzas de Hitler y de Stalin se encontraban en igualdad de condiciones. Tuvo que haber un momento exacto donde cualquiera de los dos podía ganar. Y encuentra “el día, la hora e incluso el segundo en que la batalla (de Stalingrado) y por lo tanto la Guerra y la situación de Europa en el siguiente milenio, no estaba ganada ni perdida; con todas las fuerzas en absoluto equilibrio”. Aquí descubrimos que el desequilibrio fue culpa de un alemán que no estuvo a la altura de su destino histórico. Si hubiera salido de su búnker y matado a un soldado soviético que atacaba en ese momento, esto hubiese desencadenado una furia patriótica que habría desplazado el centro de gravedad hacia el triunfo irreversible del Führer. Todo esto narrado por el Supremo Dictador, fanático de Hitler, que es interrumpido por su idishe mame que le trae unos béigalaj de queso, schtrudl y milj (strudel y leche) justo antes de tomar la decisión de la batalla final.
Pero también hay otros temas muy distintos: el científico que se propone viajar a través de los tornados, el prisionero que logra un estado superior al asumir su sentencia (un gran relato), Golpes de Estado, un acoso psicológico de un marido muy intenso, y varios más.

Desde el título ya podemos definir al libro de Laiseca: violento, pero con humor; la imagen de dar muerte a enanos -en plural- a garrotazos ya de por sí es fuerte, pero causa gracia. De hecho, el último cuento son dos personajes que escriben sendos libros en condiciones infra humanas y buscan un título. Excusa sin igual para pasar por libros y autores, para mofarse de algunos y rendirse a los pies de otros.
Laiseca va dejando de ser ese autor de culto para transformarse en un personaje de la literatura (hasta tuvo un programa de televisión sobre cuentos de terror: https://www.youtube.com/watch?v=BeatD1AiRfo ). Ya está, ya comenzó a instalarse de a poquito en las bibliotecas. Y de ahí, nadie lo va a sacar.
Y todo, por mérito propio.

Matando enanos a garrotazos
Alberto Laiseca (1941-2016)
Gárgola