Acabo de terminar
de leer el poema épico más antiguo de la literatura europea. Así definen a la
Ilíada de Homero. Un cúmulo de
batallas con más acción que una de Hollywood, pero bien escrito claro está. Muy
bien escrito.
A pesar de haber
sido compuesto hace tanto tiempo atrás (circa
750 a. C.), impresiona los recursos que utiliza Homero para darle acción a la
trama y generar situaciones continuamente. Las batallas son vívidas, los
detalles ayudan a que tantas no sean tan parecidas. Es muy pormenorizado el relato
cuando se rompen los huesos, se clavan las espadas o saltan los ojos y la
quijada por la acción de una pica. El susurro del miedo está siempre latente, y
la gloria o el metal se vislumbran como el fin último. Se aprenden detalles como cuando le sacan la armadura y sus armas a los muertos; en medio de la batalla se
tomaban el tiempo necesario para eso y luego se utilizaban para mostrar como trofeo,
aunque también se podían vender o regalar a alguien muy especial.
El cadáver
importa, y mucho. El propio y el ajeno. Se pelean por los cadáveres de los
guerreros más bravos. Casi tres capítulos peleando por el cadáver de Patroclo, el ladero y querido de Aquiles. A partir de ahí, se define la
batalla y con ella, el libro. De hecho, el final de esta maravilla de la
literatura se lo lleva otro cadáver, que no voy a decir para aquellos que
quieran leerlo. De todas maneras, la forma de relato de Homero nos va
anunciando todo lo que va a suceder. Sabemos de antemano quién gana la batalla y
quién pierde, quién va a morir y quién se va a salvar. Hija del relato oral, este
poema sobrevivió por el boca a boca y su valor es saber cómo llegamos al final.
Porque todos conocemos, aunque sea de oídas, el final de Troya.
Los dioses se
meten todo el tiempo en la vida de los hombres. De hecho, el destino está
escrito por ellos y el hombre no puede hacer mucho para torcerlo. La gloria o
la muerte no es mérito humano, son temas que deciden los dioses que mucho no
tienen qué hacer y se la pasan mirando hacia abajo; hacia el campo de batalla,
hacia el tablero de ajedrez. Sus vidas, sus rencores y sus pasiones son vividas
a través de los hombres. Los dioses se meten en el cuerpo de los hombres para
poder acceder a nuestro mundo y hablar con algún héroe determinado, tomando la
forma de un conocido suyo pueden recibir el consejo que les va a ayudar o pueden llevarlo a la muerte a través del engaño. Igual, el
hombre siempre termina dándose cuenta que quien le hablaba era un dios, y lo
toma casi como algo ordinario. Se alegraban o entristecían por el mensaje, no
por el hecho de mantener una conversación con un inmortal.
Hay una opinión a
cada línea. En el formato de diálogo, diatriba o pensamiento siempre se cuelan
alguna bajada de pensamiento. Con comillas o en silencio, Homero nos enrostra
lo peor de la humanidad, salpicado con la intromisión de los dioses y los actos
humanos. Casi como un cambalache, se pierden en el fango -esta vez, el de la
batalla- pero sin dejar de olvidar que el inicio del primer poema del mundo
occidental empieza con un lío de polleras. Le afanan la mina a Menelao, la famosa Helena, la más hermosa entre los mortales; casi como un tango nervioso
y lerdo. Con rencores, amores
perdidos y muertes por todos lados.
La lectura
compartida a través de twitter con el hashtag #Homero2019 vuelve a seducirme (tal como me sucedió con otro clásico:
#Dante2018 y su Divina Comedia). La gente aporta sus ideas, lecturas, las influencias
de Homero en otros ámbitos de la cultura, etc. Todo sirve, todo suma. Un bálsamo
en esta época en que las redes sociales se ponen tan torpes. Un agradecimiento
para Pablo Maurette (@maurette79)
por dirigir todo con una batuta sencilla y sin entrometerse en el diálogo múltiple
que se genera. Vamos a ver si me animo a la Odisea, que arranca en unos días.
La Ilíada
Homero (siglo
VIII a. C.)
Biblioteca Gredos
No hay comentarios:
Publicar un comentario