06 julio 2020

Configuración de la última orilla. Poesía de Michel Houellebecq


Michel Houellebecq es el escritor de lengua francesa más conocido y leído de esta época. Sus libros son esperados en todos los idiomas y rincones del mundo y no suele defraudar a sus seguidores, que son muchísimos. A mí me gusta mucho y varias veces lo dejé dicho por aquí (http://fernandolojo.blogspot.com/2013/06/michel-houellebecq-lo-hizo-otra-vez-el.html). Sus libros tienen un trabajo y unas ideas poderosas que nosotros, los lectores, agradecemos mucho. Me lo imagino meticuloso, pensativo al abordar historias y al corregir sus propias frases. Y es por eso que me intrigaba su poesía. Y por suerte, de la intriga pasé al gusto y al placer.

Siempre es interesante leer poemas de quien está más relacionado con las novelas. La poesía suele darnos la sensación de conocer un costado distinto de un autor, otra mirada.
Aquí Houellebecq nos muestra retazos de su vida, de sus pensamientos, de su eterno confrontar con lo establecido, de su transgresión como marca registrada. Poemas cortos y contundentes, efectivos, efectistas. En un aeropuerto, un café, en un tren o en la playa. Uno se lo quiere imaginar escribiendo en la servilleta de un bar o en un cuadernito de anotaciones que luego pule con insistencia de orfebre. Y aquí están esos temas que siempre habitan en sus novelas, todos juntos. La muerte y la sensación de vacío que se repiten y se remiten una a la otra. Y el miedo. Dicen que no hay mejor forma de derrotar al miedo que enfrentarlo; o es darle forma, rima. Poseerlo para transformarlo, o al revés. Y si está la muerte, está el sexo. Pareja constante para los que juegan con las palabras. A Houellebecq le encanta insistir con su órgano viril, y en estas páginas le da rienda suelta al tema. Al punto que es una sección del libro: “Memorias de una polla” (los españolismos son la parte negativa del asunto. Eso y la traducción, pero más adelante me dedicaré a ello). El rabo, el culo, la piel, trozos de carne o las jovencitas del secundario. A veces es tan viejo libidinoso, y se jacta de eso, que ya es de otra época. Pero unas páginas más adelante se pone sensible, habla del amor y del desamor con un tono desconocido. Ya no es ese misógino altanero y se nos muestra endeble, vulnerable. Y una vez más, agradecemos su versatilidad.

Este es su quinto libro de poesía. De hecho, ya hay uno que se llama “Poesías” y reúne sus cuatro libros de poemas que se editaron antes que este. Por suerte, sus textos aquí están todos en su lengua original -a modo de Notas-, en la parte inferior de las páginas. Aquellos que podemos balbucear un poco de francés, aunque sea poco, nos damos cuenta de las intenciones del autor y que la traducción es polémicamente libre. En un momento Houellebecq pide “Disculpas por una rima tan chata” porque una característica muy importante de algunos de estos poemas es que sean exageradamente infantiles en la rima. Que así suenen, adrede. Pop, dicen algunos. Pero la traducción no refleja nada de eso, el estilo en castellano no resulta ser fiel a las palabras del autor francés. Es una decisión del traductor que no suma. Altair Diez y Abel Pozuelo han traducido al castellano toda la obra de Houellebecq para Anagrama, aunque en este libro solo firma el primero. Y según ellos “la rima nos pareció desde el principio una tarea no ya titánica sino prácticamente imposible”. Con eso quieren decir que no van a traducir en rima. Y eso le resta al espíritu del libro. Mucho.

Así y todo, es un ejercicio muy placentero leer la poesía de Houellebecq. De eso no hay duda.

Configuración de la última orilla
Michael Houellebecq (1958)
Anagrama