Soy fan de Nicanor Parra. Lo asumo. Viví en Chile un tiempo,
y en esos años conocí a la poesía chilena. Me susurró al oído y no me dejó
nunca más.
Los antipoemas, la obra gruesa, la tan original versión del
Lear de Shakespeare, el cristo del
Elqui, los artefactos. Es de esos autores que si veo algo que no tengo, me lo
llevo. Aquí tenemos discursos que toman forma de libro cuando recopilaron lo
dicho por el poeta en congresos, inauguraciones de ferias, premios y otras
celebraciones. Cinco en total y todos escritos (o recitados) en la década del
‘90.
Parra se apropia del discurso como género, lo corrompe y lo
transforma en (anti)poesía. En ellas declama, se enoja, alza la voz, se abate,
increpa, alaba, condena, hace reír. Y pensar.
Uno de los más interesantes de sus discursos se refiere a Vicente Huidobro, rara avis de la
poesía. En ocasión al centenario del nacimiento del creador de Altazor, Parra nos muestra un muy
completo Huidobro: sus logros, su ingenio, sus miserias, sus errores y su
grandeza. Y pone todo en contexto, aprovechando para citar también a sus
contemporáneos, con rencillas de la época, amores y desamores. Allí están Neruda, Mistral, Lihn, de Rokha
y otros no tan conocidos. Todo muy chilensis.
Parra deja bien en claro su admiración para con Huidobro y se pregunta por qué
no es valorado como se merece. No en vano el título en inglés de ese discurso se
titula “Hay que cagar a Huidobro”;
otra humorada de Parra, y no tan humorada. En concreto, voy a tener que leer a
Huidobro. Nunca tuve el gusto.
Siguiendo en la línea chilena está el discurso cuando ganó
el premio Luis Oyarzún, un Doctorado Honoris Causa y un Congreso del
Teatro de las Naciones. Aquí Parra da rienda suelta al desparpajo de siempre:
mucho humor, con un sentido crítico y ecológico de la vida, reivindicando lo
lúdico y definiendo en cada línea su forma de ver (y escribir) las cosas.
El más interesante de los discursos para los que estamos
fuera de su tierra es el que se refiere al premio Juan Rulfo. Allí aprovecha para hablar de la literatura
latinoamericana (a su manera, obvio), con un muy interesante contrapunto con Borges. Mete en la bolsa algo de política,
filosofía, a Shakespeare y Cervantes. El cóctel vale la pena, le
sale de mil maravillas.
Lo último para
destacar es lo cómodo y extraño del género. Un discurso leído o una poesía
declamada, poco importa. Funciona a la hora de imaginarlo. Un viejito chocho, centenario,
inteligentísimo y un poco más allá de todo, arriba de un escenario soltando
barbaridades. A Parra no le importa nada y se atreve una vez más a entrecruzar
géneros, a mostrar lo inútil de ciertas estructuras y a demostrar que es más
importante pensar en lo que se dice que ver cómo se presenta. El contenido por
sobre la forma. Brillante.
Discursos de sobremesa
Nicanor Parra (1914)
Ediciones Universidad Diego Portales