29 diciembre 2017

El conde de Lautréamont quiso ser dios: Los cantos de Maldoror


Los libros que se escriben para perdurar son los que todos anhelan, los que leemos libros y los que los escriben. Todos queremos lo mismo.

Isidore Ducasse, nombre real del falso Conde de Lautréamont, supo que tenía que ser provocador para perdurar, supo que tenía que meterse con el dios de occidente para exorcizar el mal. Y así fue como relató la lujuria del que vive en el cielo pero bajó a un puticlub, con una mujer gastada por el paso de los hombres, burda y casquivana pero consciente de quien tenía entre sus piernas. Y dios se hizo hombre, como dicen en la iglesia.
También nos regala estrofas de un dios borracho, tirado en el piso, bastardeado y denostado por el reino animal entero.
Ducasse nos cuenta de manera pormenorizada la violación y muerte violenta de una niña como ningún noticiero siquiera se atrevió a imaginar. Así de impresionante es su relato.
Ducasse se mete con dios para meterse con la cultura de este lado del mundo. Para hablar de la hipocresía, de la doble moral, las convenciones y el conformismo de esa época tan ligada a la decadencia.

Los cantos de Maldoror se publicaron por primera vez en 1869, unos meses antes de la muerte de Lautréamont. Ni siquiera lo firmó, solo había tres asteriscos como nombre del autor. Lo peor de todo, es que tampoco salió a la venta. El editor no se animó. Y hablando de ediciones, ésta versión tiene un prólogo a cargo del enorme Aldo Pellegrini, quien también hizo la traducción. En dicho prólogo (que es obligado leer y releer), Pellegrini nos cuenta las influencias del conde: Baudelaire (tan de la época de final del romanticismo), el Marqués de Sade (la violencia sobre los cuerpos lo delata), Dante y los clásicos (más que nada en las formas: la estructura de los cantos, con diálogos con el lector y las estrofas que terminan no siendo).
Pero tuvo que pasar mucho tiempo para el reconocimiento. Fueron los dadaístas y luego los surrealistas los que vieron en Ducasse ese norte que tanto necesitaban. Las imágenes de Maldoror explotan en tu cara, cruzando ese límite tan afín a los surrealistas, con un humor que deja a todos pensando. En los últimos años del siglo XIX la rebeldía buscada era la de Rimbaud, el joven hermoso que no quería ser domesticado pero invocaba el esteticismo en sus versos. Ducasse era considerado un loco en su época, la rabia contenida en sus textos era vista como alucinaciones de alguien que estaba un tanto desquiciado. Pero en los primeros años del siglo XX cambia el paradigma, y es levantado en andas e idolatrado por esos jóvenes que, como él, lo que más querían era incomodar y buscar una nueva era del arte. André Breton va por más y lo agrega en su Antología del humor negro y, si lo leen fuera de contexto, las páginas elegidas están plagadas de humor y de surrealismo.

Mi poesía tendrá por objeto atacar al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador que no debería haber engendrado a semejante carroña.” Estas líneas son la síntesis del libro: el mal de este mundo deviene del hombre y de su dios, uno peor que el otro; el hombre no conoce la bondad y el Creador permite que el mal reine en su rebaño. A veces se confunden entre sí y dios se porta como un hombre y el hombre se toma atributos que no le corresponden, como si viviera en los cielos.

Es un libro que hay que leer. Sí o sí. Sin excusas.

Los cantos de Maldoror
Conde de Lautréamont – Isidore Ducasse (1846-1870)
Editorial Argonauta