Mario Levrero
vuela tan alto que a veces se nos pierde. No lo alcanzamos. Tenemos que frenar,
releer y darnos cuenta que -otra vez- quiso tomar un desvío sin avisar. Sus
cuentos están habitados por personajes extraños y queribles, imprevisibles. Y
son muy difíciles de definir: lo más fácil sería relacionar sus cuentos con lo
onírico, lo fantástico o el sin sentido; pero sería muy simplista. Hay quienes hablan
de Levrero como “el último de los uruguayos
raros”; esa estirpe tan sofisticada y heterogénea que cuenta entre sus
filas desde al Conde de Lautremont o
Felisberto Hernández, pasando por el
inefable Horacio Quiroga y muchos
otros. Según el editor Ángel Rama
–autor de la compilación Aquí. Cien años
de raros- hay “una línea secreta dentro de la
literatura uruguaya” que practica una “literatura
imaginativa”, carente de restricciones, que en “su afán de exploración del mundo” encuentra lo onírico y lo extraño
como cauce de expresión de una escritura próxima al surrealismo y a la
introspección.
Volviendo al libro, Ricardo
Starface lo comienza con un bonito y útil prólogo, y luego escoge nueve
cuentos y una entrevista imaginaria que Levrero le hace al propio Levrero. Todo
va de 1966 al 2003. La variedad y riqueza son exquisitas. Hay cuentos ingenuos
y extravagantes (El sótano), tiernos
y algo cachondos (Nuestro iglú en el
Ártico, Espacios libres o La toma de
la Bastilla), pero también pueden ser densos y asfixiantes (Gelatina, Los muertos o Capítulo
XXX) o delirios con humor negro y un toque de melancolía (La cinta de Moebius, Los carros de Fuego).
Muchos de sus personajes tienen esa bonhomía y don de gente que define a los
uruguayos. Parsimonia que raya con la pachorra. Como el último de sus cuentos,
que ante la opción del personaje central de traspasar la mediocridad y
transformarse en un elegido prefiere su realidad -gris, pérfida y un tanto
enfermiza- aunque sabe que no va a tener otra oportunidad para salir de allí.
Su auto-entrevista nos da pistas sobre el proceso creativo y
algunas definiciones que pueden ayudar. Habla de la experiencia espiritual que
significa escribir, que lo espiritual puede estar en el éxtasis (muchas veces
sexual) como en lo cotidiano: lo importante es que siempre esté allí el
espíritu del escritor. Levrero dice que escribe pensando en imágenes y que no
trata de evocar momentos vividos pero sí que intenta acercarse a lo vívido; que
no es lo mismo.
Muy creativo, con toques libertinos y delicadamente
original: Levrero vale la pena.
Nuestro iglú en el Ártico
Mario Levrero (1940-2004)
Criatura Editores