14 octubre 2016

Nuestro iglú en el Ártico, de Mario Levrero. De esos escritores de los cuales hay que ser amigo


Mario Levrero vuela tan alto que a veces se nos pierde. No lo alcanzamos. Tenemos que frenar, releer y darnos cuenta que -otra vez- quiso tomar un desvío sin avisar. Sus cuentos están habitados por personajes extraños y queribles, imprevisibles. Y son muy difíciles de definir: lo más fácil sería relacionar sus cuentos con lo onírico, lo fantástico o el sin sentido; pero sería muy simplista. Hay quienes hablan de Levrero como “el último de los uruguayos raros”; esa estirpe tan sofisticada y heterogénea que cuenta entre sus filas desde al Conde de Lautremont o Felisberto Hernández, pasando por el inefable Horacio Quiroga y muchos otros. Según el editor Ángel Rama –autor de la compilación Aquí. Cien años de raros- hay “una línea secreta dentro de la literatura uruguaya” que practica una “literatura imaginativa”, carente de restricciones, que en “su afán de exploración del mundo” encuentra lo onírico y lo extraño como cauce de expresión de una escritura próxima al surrealismo y a la introspección.

Volviendo al libro, Ricardo Starface lo comienza con un bonito y útil prólogo, y luego escoge nueve cuentos y una entrevista imaginaria que Levrero le hace al propio Levrero. Todo va de 1966 al 2003. La variedad y riqueza son exquisitas. Hay cuentos ingenuos y extravagantes (El sótano), tiernos y algo cachondos (Nuestro iglú en el Ártico, Espacios libres o La toma de la Bastilla), pero también pueden ser  densos y asfixiantes (Gelatina, Los muertos o Capítulo XXX) o delirios con humor negro y un toque de melancolía (La cinta de Moebius, Los carros de Fuego). Muchos de sus personajes tienen esa bonhomía y don de gente que define a los uruguayos. Parsimonia que raya con la pachorra. Como el último de sus cuentos, que ante la opción del personaje central de traspasar la mediocridad y transformarse en un elegido prefiere su realidad -gris, pérfida y un tanto enfermiza- aunque sabe que no va a tener otra oportunidad para salir de allí.
Su auto-entrevista nos da pistas sobre el proceso creativo y algunas definiciones que pueden ayudar. Habla de la experiencia espiritual que significa escribir, que lo espiritual puede estar en el éxtasis (muchas veces sexual) como en lo cotidiano: lo importante es que siempre esté allí el espíritu del escritor. Levrero dice que escribe pensando en imágenes y que no trata de evocar momentos vividos pero sí que intenta acercarse a lo vívido; que no es lo mismo.

Muy creativo, con toques libertinos y delicadamente original: Levrero vale la pena.


Nuestro iglú en el Ártico
Mario Levrero (1940-2004)
Criatura Editores