14 junio 2014

La revolución electrónica. Las afiebradas conspiraciones de William Burroughs


El lenguaje es un virus, es uno de los instrumentos de poder más poderosos que existe. William Burroughs está convencido de ello y plantea en estos pequeños ensayos que con éste y otros instrumentos de control que el poder posee para oprimirnos, podemos promover el sabotaje y el caos social.

“El control de los medios masivos depende del establecimiento de líneas de asociación. Cuando las líneas son cortadas, las condiciones asociativas se rompen.” 

Entre las teorías más afiebradas y algunas hipótesis que, de tan disparatadas que eran para la época (1970) terminaron siendo un hecho cuarenta años más tarde, Burroughs se manifiesta una vez más como un visionario, un adelantado. El cortar y pegar, el sacar de contexto con animadversión, las cámaras de TV como elemento de poder y como elemento intimidatorio. El texto es genial. Un tanto antiguo en sus cuestiones y definiciones tecnológicas, pero muy bueno. Son dos ensayos, con un fuerte carácter teórico que busca y promueve una auténtica reacción social.

Mi teoría fundamental es que la palabra escrita fue literalmente un virus que hizo posible la palabra hablada. Los animales se comunican, pero no pueden escribir. Escribir es “articular el tiempo”, poner a disponibilidad de otros hombres la información a través de la duración, gracias a la escritura.

Cuando habla del concepto de virus no lo hace de manera metafórica, sino que toma sus características y formas de crecimiento de las ciencias biológicas. El virus se mete en los cuerpos sanos en tres fases: primero busca un huésped donde meterse, luego se produce el ingreso de ese virus en el cuerpo y por último se ven sus efectos: tos, fiebre, inflamación, etc. Este último punto es la realidad objetiva producida por el virus en el huésped. ¡El virus se vuelve real! A partir de aquí, Burroughs propone todo tipo de boicots: podemos destrozar a un político que nos cae mal si grabamos un discurso (fase 1), luego agregamos audios de actos sexuales y palabras mal pronunciadas (fase 2, el virus se mete en el cuerpo) y luego editamos todo y lo pasamos por altavoces en algún acto del proselitismo donde se encuentre el político. De hecho, el muy cabrón usó esta técnica con un bar de Londres donde lo trataron mal una noche causando su cierre definitivo.

Burroughs ya planteaba desde antes de estos ensayos lo fácil que es esparcir rumores (“pongan diez operarios con  grabaciones cuidadosamente esparcidas durante una hora pico y vean cuan rápido se esparce la voz”) o provocar disturbios reproduciendo disparos y silbatos de policía en una manifestación: el sonido de disturbios, produce disturbios.

Por último, nos habla de la necesidad de que haya una prensa clandestina que tiene que intentar hacerle frente a la Mente Reactiva, un artefacto diseñado para limitar y embrutecer a gran escala y de manera muy fácil ya que cuenta con equipos electrónicos para tal fin.
Mirado a la distancia, cuarenta años después, ¿cabe alguna duda que Burroughs estaba en lo cierto?


La revolución electrónica

William Burroughs (1914-1997)

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