30 mayo 2020

Lagartija, de Banana Yoshimoto


Banana Yoshimoto escribe de manera sencilla, límpida. Sus cuentos no necesitan ser releídos, no buscan ser complejos. Tiene una capacidad interesante de describir, tanto las situaciones como a sus personajes. Pero sus relatos me parecen un tanto lejanos, difíciles de abrazar. No es porque sus historias sucedan en Tokio, ni porque sean textos de la última década del siglo pasado. Tampoco creo que sea culpa de la traducción, tan española que parece que sus personajes van caminando por la Gran Vía madrileña.
El tiempo y el lugar nunca fueron obstáculos a la hora de leer. La idea de dejarse llevar y sorprenderse por alguien distante y distinto también nos excita cuando agarramos un libro en nuestras manos, nos acomodamos para estar un buen rato y nos sumergimos en ese mundo que nos proponen los autores.

Quizás lo que más me costó del libro fue la dificultad de encontrarle un estilo definido (aunque James Joyce escribió cada capítulo de su Ulises con un estilo diferente, pero no creo que sea justa esta comparación). Por momentos Yoshimoto nos ofrece un cuento con tintes fantásticos, donde seres con rasgos humanos no son lo que parecen, y están entre nosotros con el fin de ayudarnos. Eso pasa en el primer texto.  En el segundo cuento, el que da nombre al libro, vuelve a merodear lo fantástico pero mezclado con terapias alternativas (hablamos de poderes de sanación) y angustias infantiles. Luego deja esta vertiente para hablar de “gente común”; de historias introspectivas, profundas. Personajes que llegan a un límite, a ese punto donde todo va a cambiar para siempre. Y ellos lo saben.
Es cierto que al inicio de las historias la fluidez de sus relatos nos va llevando suave y sabiamente por los rincones que impone la autora, pero luego se me cae todo. Y pierdo interés en aquellos que ven un rayo y jamás lo olvidarán, en los que encuentran las respuestas a todo gracias a una comida típica de Corea llama kimchi, o en jóvenes que se sienten perdidas y dudan de su futuro. La mejor historia es la última, que mezcla amor con sexo exagerado, la locura de una madre y la contención de un padre y hace una buena descripción del poder, el lujo y lujuria de Tokio.

Después del cuarto cuento me acordé que ya había leído otro de Yoshimoto: Kitchen. Muchos años atrás una gran amiga me lo regaló. Estaba a punto de ser padre por primera vez, luego de varios intentos y con un embarazo complicado. El problema fue con el cuento que le seguía a Kitchen, que se llama Moonlight Shadow; allí rondaba la muerte y la melancolía debido a la pérdida de ese ser amado. Y leer eso me costaba, me daba mala espina. Era un mensaje que no quería descifrar; una historia que no debía cruzarse en mi camino, aunque sea en ese momento. Así que lo dejé sin terminar. Aliviado, lo dejé en la biblioteca. Hace 12 años. En estos días lo volví a releer para ver qué me acordaba, para saber si era cierta esa sensación que tenía y sí, siento que todo sigue igual. Pensaba darle una oportunidad y terminarlo después de tantos años. Pero no lo voy a hacer, no me voy a arriesgar. Es como un augurio. Así que va derecho a la biblioteca otra vez.

No hay caso, por más que lo intente con Banana Yoshimoto no puedo tener afinidad.

Lagartija
Banana Yoshimoto (1964)
Tusquets Editores