28 noviembre 2013

Las cosas, de Arnaldo Antunes


Hay veces que las palabras buscan su propio origen, sus raíces, su etimología que le dicen. En estos pequeñísimos poemas en prosa, Arnaldo Antunes juega con las palabras, les quita el sentido, les busca otro y deja todo patas para arriba. Un ejercicio lúdico, casi de niños preguntando los eternos porqués, con aquella vieja discusión sobre la arbitrariedad sobrevolando el texto. ¿Quién fue el que determinó el significado de las palabras? ¿Quién le dio el nombre a las cosas? El título, como todo el libro, es sencillo y profundo. Muy bien elegido.
Antunes fue el líder de Titas, esa banda rockera brasilera de los ‘80 que allá fue pilar de la música pero en el resto de Latinoamérica nunca tuvo mucho reconocimiento.  Ya sabemos que el rock brasilero sufre con su hermana la bossa nova, mucho más famosa y popular. Al dejar la banda y comenzar su carrera solista comenzó también a publicar sus libros, As coisas fue editado originalmente en 1992 y ahora, gracias a una coproducción brasilero-uruguaya, tenemos la versión en castellano.
La edición cuenta con dibujos de la hija menor de Antunes (en esa época de tres años de edad) que hace que todo tenga un toque más infantil, que el continuo repreguntar en el que se ha metido el músico y poeta esté bañado de ingenuidad. Casi como un juego de niños, un juego de palabras, una ensalada de sentidos y significantes. En un principio uno cree que está frente algo demasiado sencillo, pero con el correr de las páginas el lector va encontrando el punto al que Antunes quiere llegar. Lo que ya está dicho, lo que es obvio, lo dice de manera más obvia y sencilla todavía y nos encontramos con una profundidad inusitada. La austeridad de los textos lo hace parecer infantil, la falta de rima lo une más a una composición de colegio. Pero el resultado es un razonamiento distinto del mundo de siempre. Todo lo que nos rodea, visto de otra manera. Parece querer mostrarnos la cantidad de cosas que nos pasan desapercibidas. Vale la pena probarlo, es una linda e interesante experiencia.

Las cosas
Arnaldo Antunes (1960)
Yaugurú

14 noviembre 2013

El spleen de Paris, Baudelaire para todos.



De a poco voy sumergiéndome en la obra de Charles Baudelaire y ya tengo ganas de irme a los lugares más comunes: majestuosa, brillante y términos similares. 
Desempolvé la vieja edición de Aguilar de la Obras Completas con hojas tipo biblia del gran francés y me topé con esta obra, una obra de arte. Los que saben dicen que estamos frente al origen de los poemas en prosa. De hecho, como fue publicado post mortem, hay ediciones que titularon a este mismo libro como “Pequeños poemas en prosa”.
Son cincuenta pequeños textos más que buenos. Una poesía que fluye con cadencias que se llevan muy bien con el sentido que proponen. Si bien la prosa a veces está por sobre la poesía, tanto en prosa como en poesía Baudelaire le saca lustre a las palabras y los límites de una cosa y la otra a veces son difusos. Pero es indudable que el carácter de prosa lo hace más gentil a la hora de abordarlo. Muy lejos está de lo intrincado y lo difícil; el Spleen se lee de corrido y tiene momentos profundamente bellos. Aquí no hay naturaleza, ni introspecciones exageradas. Pasa más por lo ingenioso y la ironía -esa hermosa forma de decir verdades-, hay un dejo de melancolía (una de las acepciones de Spleen en francés) que recorre el texto entero. Una tristeza por el mundo moderno en que se vive, con desigualdades, injusticias y una gran dosis de hipocresía. Sin mediar duda, a leer un poema que se llama : A la una de la madrugada: http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/fran/baudelaire/a_la_una_de_la_manana.htm . Un canto al suplicio.

La cantidad de frases e ideas perfectas son muchísimas: “El arte es superior a la naturaleza. Ya que podemos reformar, corregir y embellecer a la naturaleza según nuestros ensueños….”. Hay detalles, hay enumeraciones, hay personajes. Y toda una época en una gran ciudad. Una forma de pensar, de ver las cosas y de vivir. Ya lo dice él mismo: “Los poetas y los filósofos se sienten inclinados irresistiblemente hacia todo lo que es débil, huérfano, arruinado, abatido. Y no hacia la dicha de los ricos.” El odio hacia los ricos lo hace más radical aún, y cuando la melancolía se transforma en rabia tenemos a Baudelaire caminando por el lado salvaje de Paris: con prostitutas, vicios y arte, mucho arte. Como dice el gran verso suyo (en prosa, eso sí): Embriagaos: “Para no ser esclavos martirizados del Tiempo, embriagaos; ¡sin cesar embriagaos! De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo.”

El spleen de París
Charles Baudelaire (1821-1867)
Aguilar

16 octubre 2013

Dos caras de la guerra civil española. Soldados de Salamina, de Javier Cercas





De menor a mayor. Así avanza este gran libro de Javier Cercas, que relata la historia de la historia. Este gran hit español (¡llegó a 38 ediciones en 2006!) nos cuenta cómo el autor fue armando la historia –real- de un pequeño pero importante incidente que pasó al final de la guerra civil española. En las primeras páginas conocemos al autor y sabemos cómo llega al personaje central, luego viene el libro propiamente dicho y después lo cierra; al vislumbrar que tiene un libro y no simplemente una historia.
Mezclando lo real y la ficción (y sin decirnos nunca las dosis de cada una) Cercas centra su historia en un fusilado que se salva dos veces de la muerte. La primera, se escapa en la confusión de un fusilamiento en masa huyendo por un bosque; y la segunda, gracias a la complicidad de un soldado del bando contrario. Republicano, claro está. El fusilado es Rafael Sánchez Mazas, un intelectual falangista que, como tal, es definido como uno de los artífices de esta triste guerra. Pero lo que moviliza al autor es la reacción del otro, del soldado republicano, que a sabiendas que se escapa uno de los peces gordos de los rebeldes, le perdona la vida.
Mientras lo leía me di cuenta que muchos amigos y conocidos lo habían leído, porque esta guerra está muy cerca de nuestras familias: muchos de nuestros abuelos, tíos o padres trajeron algo de ella. De un lado o del otro; de los malos que ganaron o de las buenos que perdieron (aunque hace unos años pocos lo pensaban así o pocos se animaban a decirlo). La guerra civil de España repercutió en la Argentina, se vivía como propia. Aunque nuestra generación es hija de otra guerra, lejana también, pero mucho más cercana. Y con consecuencias más actuales.
Lo curioso es que acá también aparece Roberto Bolaño. Vengo de leer un libro suyo, Estrella distante, (http://fernandolojo.blogspot.com.ar/2013/09/la-poesia-del-horror-estrella-distante.html) y acá aparece en medio del libro y no se va más. Hasta el final. Es Bolaño el que le marca el camino. Javier Cercas es un periodistas y Bolaño ya es un escritor reconocido. Se conocen como entrevistado y entrevistador. Y hay frases que cuela el chileno que no tienen desperdicio, como cuando Cercas duda si inventa otro personaje para poder reforzar su historia. Bolaño dice que el invento no sólo es lícito sino que es a veces mejor que lo real. Y tira: “Todos los buenos relatos son relatos reales, por lo menos para quien los lee, que es el único que cuenta”. Esta frase hizo que vuelva a leer algunos párrafos del libro que acababa de leer, porque había algo que me sonaba, que lo tenía leído hacía poco. Y así fue que me enteré que el lugar donde se desarrolla parte de la historia de Estrella distante era el mismo lugar donde dice Cercas que el chileno vivía: Blanes. Un pueblito de veraneo cerca de Barcelona. ¡Si hasta hay un bar que se repite en ambas historias! Y acá es donde volvemos a la frase del gran Bolaño sobre la veracidad de la verdad.
Soldados de Salamina tiene una muy buena historia, aunque por momentos el estilo de Cercas me costó un poco: frases un tanto largas, con un toque de intrincado pretendiendo aires de profundidad. Por suerte al final se despega de esos tonos y el libro termina muy bien, con un giro interesante y un muy buen personaje nuevo que le agrega humanidad, dolor y tristeza. Porque no se olviden que hablamos de una guerra.
Sánchez Mazas y los rebeldes querían volver al orden establecido, al viejo sistema de jerarquías que había antes del socialismo. La idea de “soldados de Salamina” le pertenece al ideólogo de la Falange. Pero lo interesante es cómo Cercas se la arrebata y la coloca en la vereda opuesta. En esos soldados republicanos que dieron todo, que no luchaban por una ideología y que aquí reciben un sincero homenaje.

El toque Google de Salamina: una batalla naval de 480 a.C. donde la confederación griega –antes de ser Grecia, con mayúsculas- derrota a los persas en clara desventaja numérica. Lo curioso o  importante de esta batalla es que si los persas hubiesen sido los vencedores lo que se llama Historia –también con mayúsculas- hubiera sido muy distinta. No se hubiese desarrollado lo que hoy conocemos como “civilización occidental”: los conceptos de democracia, filosofía, ciencia, libertades personales o arte hubiesen sido otros. 
Y parece que esta es la batalla entre todas las batallas de la historia que más hubiera cambiado el rumbo de nuestros días si hubiese tenido otro final. 


Soldados de Salamina
Javier Cercas (1962)
Tusquets Editores

24 septiembre 2013

La poesía del horror. Estrella distante, de Roberto Bolaño.




Los textos de Roberto Bolaño están plagados de escritores. Sus personajes de ficción, él mismo en su primera persona y un sinfín de autores reales atraviesan su extensa producción. Muchas veces escribe sobre los grandes nombres de la literatura latinoamericana y mundial, ya sea desde los estilístico, ya sea para comparar algún personaje de sus propios libros con los autores reales o para contar alguna anécdota, real o inventada, que utiliza para sus propios fines: o bien ayudar a la historia que está contando o bien dejar su parecer sobre algún que otro autor. A veces con reverencia, otras con mordacidad.
En Estrella distante hace lo mismo una y otra vez. Cuenta la historia de un poeta de los setenta, que escribía sus versos en el cielo desde un avión y era parte de la inteligencia pinochetista. Un infiltrado, un asesino. Y de la peor calaña. Carlos Wieder (tal el nombre del poeta) se encargó de matar, hacer desaparecer y silenciar a una generación, pero también fue considerado un artista por mucha gente culta. Tanto es así, que con el correr de los años se oficializa su nombre y llega a formar parte de alguna que otra antología. Pero sus acciones de arte también incomodan a los propios militares y se tiene que ir de Chile. Él también desaparece. Y a partir de ese momento, comienza lo detectivesco; otro gran género que maneja tan bien Bolaño.
El libro es corto, explosivo, desordenado. Como retazos de recuerdos que van surgiendo desde la época de Allende hasta mediados de los noventa. Una poesía del horror y una gran excusa para definir a tantos poetas chilenos: ¡qué gran cantidad de talento poético que hay y hubo en Chile! Acá surgen más nombres para tener en cuenta en futuras lecturas. Pero también nos recuerda cómo fueron esos años de plomo, de nueva democracia, de largo exilio. Y la memoria, que juega de manera tan distinta de acuerdo a las personas.
Una vez más, Bolaño nos somete a un texto con distintas lecturas, a protagonistas de la ficción que hacen referencia a personalidades reales (la referencia a Raúl Zurita es casi obvia, ¿quién otro escribía en el cielo?), pero según los estudiosos hay varios otros personajes del libro que señalan a otros autores de la poesía chilena. Lo bueno, es que no hace falta ser un erudito de literatura para entender lo que Bolaño nos propone. Porque acá se manejan sensaciones y conceptos tan universales como el miedo, el asco, la muerte, la culpa.
Hacia el final, cuando se pone detectivesco, antes de que el autor/relator se transforme en un entregador –tal como siempre fue Wieder- dice: “Esta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos. No me sumergiré más en el mar de mierda de la literatura. En adelante escribiré mis poemas con humildad y trabajaré para no morirme de hambre y no intentaré publicar”. Mas allá del ilógico parecido con Osvaldo Lamborghini,  Bolaño cierra el libro relatando lo que significa ser un traidor, un entregador. Borrando las barreras de lo bueno y lo malo. Porque lo que uno hace o escribe, una vez hecho, ya no se puede cambiar. Y hay que aprender a vivir con eso. Por siempre.

Estrella distante
Roberto Bolaño (1953-2003)
Anagrama

27 agosto 2013

Charles Baudelaire. Arte y modernidad



Por fin, era hora.
Tenía que enfrentarme a Baudelaire, tarde o temprano. Las flores mal, sus distintos textos, el Spleen de Paris que no puede ser más ultrajante. Esos términos pedantes pero bien calzados, que entran siempre sin rencor ni remordimiento. Como si fuesen necesarios.
Charles Baudelaire es ideal para que nos expliquen esa época de la sociedad francesa (por ende, del mundo) de la mitad del siglo XIX. La naturaleza como ejemplo máximo estaba cayendo en desuso y lo que estaba empezando a estar en boga era la ciudad. Y para ciudad, ¡qué mejor que Paris! Más aún, esa Paris reformada y modernizada por Napoleón III. Y lo moderno pasaba por ahí. Chau romanticismo, hola modernidad. Ya fue la naturaleza, con su momento mágico de lo sublime (con la acepción de grandeza, de belleza extrema que no se puede dominar), ahora es la ciudad la que nos muestra por donde pasa todo. La poesía y la pintura “hablan” de la gente anónima de las calles, de los bulevares, los cafés y las vidrieras.  A esta nueva visión se agregan nuevos personajes como el dandy, el voyeur o el flaneur; nuevas costumbres que se imponen como la moda, o la voluntad de las mujeres por parecerse a algo tan elevado como una escultura al maquillarse y buscar esa piel tan tersa y fuera de lo común, de lo natural. La idea era reivindicar aquello que iba en contra de la naturaleza. A ultranza.
Todo esto forma parte de la primera mitad del libro, que era un artículo de varias entregas aparecido en Figaro en 1863. La segunda mitad habla pura y exclusivamente del Salón de 1859. En esa salón estaba lo que la Academia reivindicaba como “el arte de la época”. Todo lo que no estaba en el Salón, no existía. Año a año los artistas mandaban sus obras para que la Academia los acepte, los legitime y así puedan ser considerados artistas. Esto iba ser así hasta la llegada de los impresionistas a fin de ese mismo siglo. Baudelaire hace un pormenorizado racconto de todo lo expuesto con una crítica que sorprende, porque muchas veces  busca el lado positivo. No es de esos críticos (quizás como los actuales) que definen las cosas de manera tajante: buenos o malos. Y siempre justifica su parecer. Así, aquel que no es fino en su pincelada tiene fuerza en sus imágenes, aquel que no maneja el arte de la composición puede llegar a sorprender por su paleta de colores. Todo con nombre y apellido. Y cuando destroza un cuadro, generalmente es muy caballero y sólo da pistas del nombre del autor (acá las notas al pie de páginas son fundamentales) para que nadie más que los entendidos sepan de quién está hablando. Aunque también hay artistas que sufren su más ácida crítica, obvio. Baudelaire goza de su época y no busca las virtudes del arte en el pasado o en lo clásico: Delacroix, Ingres y David están el podio de su gusto y son hombres de su siglo.
El paisaje, el retrato, la escultura (con su rol divino, según el autor), la irrupción de la fotografía (“si tanto quieren imitar a la naturaleza, más vale se dediquen a sacar fotos y no a pintar cuadros”), la moda, la ciudad, las mujeres, la crítica (“no se sorprenderá usted si la banalidad en el pintor ha engendrado el lugar común en el crítico”), el arte mismo. Toda una época.
En el durante, aproveché y leí un poco de El Spleen de Paris. ¡Y es demasiado bueno!  Provocador, crítico, certero, afiladísimo y ambicioso. De aquí a poco tendré que leerlo entero.
Punto aparte para agradecer el prólogo de Nicolás Casullo. Breve, sencillo y muy claro en sus conceptos.
Baudelaire nos explica una época. Una época de grandes cambios para la sociedad y para el arte. De hecho el cambio se transformará en la marca, la característica fundamental de la modernidad y será lo que la defina de ahí en más. Desde esa época hasta nuestros días, el cambio será contínuo y sin fin.

Arte y modernidad
Charles Baudelaire (1821-1867)
Prometeo Libros

19 julio 2013

Lo bueno de releer a Italo Calvino. Las ciudades invisibles



Las relecturas nos llevan por dos caminos diferentes. Por un lado, está en juego ver cuánto recordamos de lo que ya fue leído hace años. De la trama, de los personajes, la manera de escribir o hasta de un diálogo; quizás hasta nos podamos llegar a acodar de cómo nos imaginábamos la cara de algún protagonista; titánica tarea. Pero también se nos presenta nuestra propia persona. Y ahí empezás a acordarte de cómo eras vos en esa época, qué hacías en esos años, dónde leíste el libro, con quién estabas y hasta tratar de saber de quién era el libro, si es que el que tenés entre manos no es el ejemplar que leíste en su momento. Yo me acuerdo tanto de ese libro que hasta me molesta que no sea igual al que tengo ahora. Y eso que los dos son de Siruela, pero ya hubo 18 ediciones de este libro…. Y sólo contando las de esta editorial.
Recordando época pasadas, uno se da cuenta que Italo Calvino calza perfecto para los veinte años. No sólo por estas ciudades invisibles que nos regala (una verdadera maravilla de la originalidad, la arquitectura y los miles de detalles y recuerdos de tantas ciudades que conocemos), sino que sus obras más conocidas son ideales para esa época llena de ideales. En ese momento de la vida, lo que más necesitábamos era que alguien nos mostrara que se podía ir en contra de lo establecido, que alguien podía vivir arriba de los árboles en completa rebeldía, o estar dividido en dos por un sablazo y seguir de lo más campante (y no rampante). Ni qué decir cuando lo inexistente camina, tiene vida y se manifiesta a través de una armadura vacía. Leer a los 20 años El barón rampante, El vizconde demediado y El caballero inexistente era casi necesario para poder afrontar lo que se nos venía después. Para poder ampliar los límites tan férreos de la realidad que ahora nos tiene acorralados. Para poder saber que hay algo más. Siempre. En las páginas de un libro cualquiera.
Las ciudades invisibles tiene ese toque exótico e inverosímil que lo hace todo muy atractivo. Marco Polo le va describiendo al gran Kublai Kan las ciudades de un imperio tan vasto como irreal. Un imperio en el que coexisten las ciudades verdaderas con las inventadas, las necesarias con las soñadas, las idealizadas con las imposibles. Todas con nombres de mujer, detalladas de una manera tan minuciosa, certera y etérea que no cuesta imaginarlas. Nos vamos llenando la cabeza de arcos, balcones, caminos y puentes. Son 55 ciudades que en una página ya están descriptas con sencillez de discurso y una belleza que nos hace añorar alguna de esas ciudades que nosotros conocimos realmente. La libertad en la escritura es total: por momentos no importa la puntuación (generalmente en la enumeración de detalles), en otros momentos los tiempos (hay ciudades con ascensores o aeropuertos, mientras que la relación de Polo y el Kan data del siglo XIII). Libre, sencillo y hermoso. Casi como aquella época.
Evocamos ciudades conocidas y de las otras. Y evocamos una época de nuestra vida. Calvino y la relectura gratifican por partida doble.

Las ciudades invisibles
Italo Calvino (1923-1985)
Siruela

23 junio 2013

Michel Houellebecq lo hizo otra vez. El mapa y el territorio




Luego de leer varios libros de Michel Houellebecq puedo decirlo tranquilo: me parece de lo mejor de nuestros tiempos. Su ironía delicada, su manejo del relato, los temas que trata, la profundidad que sabe colar entre tanta liviandad, su amargura contenida, su estilo, su cinismo. Otro gran punto es que siempre escribe sobre temas distintos y los maneja muy bien.
El mundo del arte contemporáneo es su nueva temática. Es la historia de un artista que no tiene metas ni ambiciones. Que se aboca a su trabajo de manera impulsiva, que se hace millonario en una noche y no se preocupa si la inspiración es escasa. Habla de su relación con el arte, pero también de las relaciones personales de hoy: con su padre, su madre suicidada, sus novias, su galerista y el mundo que lo rodea, que según él, es igual al mundo que nos rodea a nosotros, sus lectores.

Con conocimiento de las técnicas y las teorías del arte, Houellebecq se mueve como pez en el agua en este mundo que tanto fascina hoy en día. Y ya que está vapulea a mucha gente: a muchas marcas, a la prensa francesa, los políticos, los especialistas de arte, los grandes compradores, etc. Pero lo que siempre se impone en este gran autor son las mismas preguntas que ocupan (y pre-ocupan) a los verdaderos pensadores a lo largo del tiempo: la felicidad, los logros, la muerte, las vanidades, la soledad, el miedo, y el porqué de tantas cosas. Es esa profundidad tan francesa que hace que lo valoremos.
Es muy difícil pensar que Houellebecq no haya leído a Jorge Luis Borges, y más aún que no leyó Del rigor en la ciencia, ese pequeñísimo cuento (casi un par de tweets) que nos relata la inútil tarea de aquellos que quisieron hacer un mapa tan detallista y perfecto que terminó teniendo las mismas características y el mismo tamaño que propio el territorio (¡tener en cuenta que este libro se llama El mapa y el territorio!). En ese imperio que describe Borges, los límites entre una cosa y la otra se hacen difusos y aquí nuestro amigo francés redobla la apuesta. El libro que se editó en 2010 narra cosas que sucedieron en 2011, cosas que le sucedieron a él mismo. Porque ahora Houellebecq es también personaje de su propio libro. Al principio pone en boca de su protagonista muchos pareceres y muchas definiciones sobre personas reales de los medios y del ambiente literario. Pero luego se entromete en la narración y sufre las consecuencias de aquello que sucede en su libro, transformándose en el personaje central de su propia ficción. Confundiendo otra vez el mapa con el territorio….
Al principio es anecdótica su presencia pero luego todo toma un giro que sorprende y refresca el libro. A la mitad, nos lleva para otro camino, totalmente distinto; demostrando la capacidad que tiene de manejar los tiempos.

El libro termina en el futuro. Un futuro cercano, muy verosímil y más promisorio que el propio presente de Houellebecq.  Luego de unas páginas donde la abulia y la tristeza definen los días de los protagonistas, gente que no espera mucho de la vida, se produce un salto temporal y pasamos a los últimos días de nuestro artista. Francia y toda Europa cambió y, según él, para bien. Y es allí donde el autor nos vuelve a hablar de arte, lo conceptualiza con una precisión que sorprende. Porque el protagonista pasa los últimos 10 años de su vida realizando un trabajo hermoso, que se nos revela con tanta exactitud que parece que lo estamos viendo. Un trabajo muy complejo, que mezcla lo artesanal con la tecnología. Y realzando lo más importante: el arte, su perdurabilidad en el tiempo y su mensaje.
Gran final para un gran libro.

El mapa y el territorio
Michel Houellebecq (1958)
Anagrama

07 junio 2013

Gyula Kosice. Un hermoso provocador del arte y su filosofía porvenirista



Si hay algo atractivo en los artistas es que sean provocadores. Y en el más amplio sentido. Aquel que transgrede generalmente es considerado un provocador; pero los que te motivan, te movilizan, te incitan, te dejan pensando también provocan. Provocan todo eso. Y cuando Kosice escribe suele ser tan filoso que también termina provocando.
Lo mejor de todo es que lo busca. Eso de tanto provocar…. Siempre.
Gyula Kosice fue uno de los fundadores del Grupo Madí junto con Arden Quin, Rothfus y Tomás Maldonado. Fue la primera vanguardia nacida del Río de la Plata y su  influencia logró traspasar nuestras fronteras de la mano de varios hitos, entre otros: el infaltable manifiesto de neto corte abstracto y no figurativo, la ruptura con el marco tradicional (el rechazo al concepto de ventana) y la revista Arturo, con un único número editado en 1944. En esa revista, Kosice logra colar una frase que desde aquel día toma más y más fuerza en su concepto artístico y lo define con el correr de los años: “El hombre no ha de terminar en la tierra”.
Los primeros textos de este libro datan de la década del ’40 y fueron escritos para revistas especializadas y catálogos. Con la vuelta de la democracia (1983)  comienza a escribir en diarios, principalmente para La Nación y La Gaceta. En los ‘90, Kosice ya es un artista reconocido mundialmente y su discurso se remite a sus ideas que más sobresalieron: la arquitectura móvil y trasladable; el uso de nuevos materiales; la escultura hidráulica, cinética y lumínica; la enunciación de una nueva época signada por un sinfín de novedades científicas y tecnológicas (la filosofía porvenirista) y la búsqueda de un marco social y artístico que haga prosperar esta idea de que “algo grande está sucediendo”. Kosice define el espacio como elemento de la creación. De ahí viene su idea de la ciudad hidroespacial (tomada con mucho interés por la NASA),  con la utilización energética del agua y el hidrógeno como punto de partida de un nuevo urbanismo, que pretende ocupar el espacio.
Es un auténtico visionario que no cesa de jugar con las predicciones, muchas de ellas son muy certeras como la utilización de las computadoras para la creación artística o la voluntad de la TV de que el espectáculo triunfe sobre el sustancia. Aunque también a veces derrapa, como cuando dice que será posible reproducir y fotografiar los sueños por computadora o cuando enuncia el desarrollo del cerebro artificial. ¿Derrapa? ¿O de acá a unos años serán una realidad?.  Y conste que todos los artículos fueron escritos entre 1944 y 1995. Hace bastante ya…..
Kosice acaba de cumplir 70 años haciendo arte. Presentó a sus 90 nuevas obras en el marco de la feria de ArteBA 2013 con todas sus obsesiones: el arte cinético, la presencia de las fuerzas hidráulicas, los textos con neón, etc. Su sello de años y años.

El libro tiene además dos características interesantes: fue editado en 1996 y ahora está agotadísimo, de hecho me lo regalaron y fue comprado en una casa de usados. Su primer dueño fue el escritor Adolfo Fernández de Obieta, hijo del gran Macedonio. Firmado por al autor con dedicatoria y todo. Como lo leí muy de a poco –un texto por vez para poder releerlo tranquilo- me demoré varios meses y luego me valí del subrayado del anterior dueño para poder darle sentido a todo. Gracias a quien me lo regaló, a quien lo escribió y a quien lo subrayó. Y gracias, por sobre todas las cosas al arte, por darnos tantos motivos.

Gyula Kosice (1924 - 2016)
Arte y filosofía porvenirista
Ediciones de Arte Gaglione

11 mayo 2013

Pedro Lemebel. Crónicas muy chilenas: Adiós mariquita linda


Pedro Lemebel era una loca, y ser una loca en Chile no es nada fácil. Demostró que el arte puede ser un instrumento para ampliar los límites, jugar y sufrir con los prejuicios en carne propia y darle un espejo a esta sociedad tan cerrada para que se mire al reaccionar de manera tan retrógrada. Suena lindo, pero en Chile todo eso es muy difícil; al día de hoy sigue siendo difícil. Imaginen hace 20 años…

El libro es un compilado de textos de toda índole, muchos de ellos publicados en su momento en ese gran pasquín que supo ser The Clinic. Los viajes, las charlas en las pequeñas ciudades del interior, muchas historias apasionadas y algunas de amor; Lemebel pasea tranquilo por todos los temas porque es certero, describe muy bien con los detalles, aunque tiene la chispa siempre más fácil en todo lo relacionado a lo sexual.
La crónica es el estilo que mejor le sale, por lejos. Cortas, contundentes y muy intensas. También hay unas cartas antiguas (de 1994, con metáforas que hablan de ¡cassettes!) un tanto edulcoradas por demás, una sinopsis de novela, algunos dibujos y una necro. Bien variadito, pero dentro de lo mismo. Él es el gran protagonista de todo.
Otra cosa que siempre me gustó de los escritores chilenos es el poco respeto por la lengua castellana. Ellos escriben como hablan. Y hablan bastante distinto a lo que sería el castellano puro. Y cuanto más lumpen, más alejado. Tan alejado está que al final del libro hay un glosario para poder entender algunos términos. Porque muchas de estas historias son de gente humilde, border o casi fuera del sistema: taxi boys, dealers, vendedores ambulantes, locas frustradas, etc. Y muchos son del interior, que están en Santiago tratando de hacerse la capital, que sufren del desarraigo, que no tienen a nadie y que Lemebel muchas veces usa para mostrar al chilensis más puro, menos contaminado pero también más temeroso e inseguro. Muy distinto al machote chileno que se empeñan en ser o mostrarse.
Mucho copete, mucho carrete, mucho pito, mucho mino y poto salvaje. Lemebel escribe todo lo que le va pasando; casi que vive para luego contarlo. Pero lo cuenta de muy buena manera y eso, a la larga, es lo que importa.

Adiós mariquita linda
Pedro Lemebel (1955-2015)
Random House Mondadori

17 abril 2013

Michael Chabon. El placer de la novela. Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay



Hacía tiempo que no me le animaba a un bodoque de 600 páginas. Y es porque hace tiempo que estoy más cerca de la síntesis de la poesía que de la sintaxis de la novela.
Tengo también que aceptar que daba un poco de miedo encarar tantas páginas y –me cuesta un poco reconocerlo- me angustiaba la sensación de que podía estar perdiendo el tiempo con un libro tan largo. Pero me lo regaló un amigo, un amigo con mucho criterio, y me lancé a leerlo. Por suerte.
El primer y gran punto a favor es el tema: los comics y su época dorada. Si bien lo mío no son los comics de la década del 40 ó 50, siempre me gustaron las viñetas, sus tendencias de estilo, su forma de narrar, la libertad a la hora de expresarse y demás. Pero eso es una excusa nomás, porque es lo que recubre el tema; este no es un libro de comics. Es un libro de gente que los hace, dibujante y guionista que logran el sueño americano de triunfar de la nada y en muy poco tiempo. Lo interesante es que acá también se narran aquellos momentos en que la fama y el dinero se acabaron. La decadencia, aquella decepción.
Otro punto a favor es la intención constante de recalcar que todo lo que les pasó a estos dos jóvenes (chavales, al uso de Mondadori) que inventaron un superhéroe que comenzó como historieta, que de ahí pasó a la radio y luego a un sinfín de productos de merchandising y hasta alimentos es una historia real; que El escapista (tal el nombre del superhéroe) fue un furor en USA a la par de Batman, Superman y tantos otros; que nuestros protagonistas se cruzaban con Orson Wells a jugar a las cartas y hasta le salvaron la vida a Salvador Dalí en una especie de performance que el catalán hizo con una escafandra y una bomba de aire en el Village de New York. Todo fue real. Stan Lee era un empleado de uno de ellos y Jack Kirby también andaba por ahí. La ambientación está muy buena de la mano de los “pie de página” que datan falsedades. Como tantas obras americanas que se manejan en el correr de los años, el libro va contando la historia del país a la par que nos relata estas asombrosas aventuras.

También hay que decir que sufre el síndrome de novela de 600 páginas: a la mitad cae un poco. En este caso, Michael Chabon logra sobreponerse y encauza el contenido, aunque al final se pone más bien sosote. De todas maneras, toda la primera parte vale la pena. Está muy bien. El ritmo, los personajes, la historia, los tabúes: un buen scanner de aquella América pre, durante y post Segunda Guerra Mundial.
Las aventuras de Kavalier -el dibujante- son casi como la de un superhéroe: se escapa de manera increíble de la Checoslovaquia nazi junto al Golem (ahí hubo que releer a Borges), sobrevive en el Polo Sur y desaparece sin dejar rastros aunque vive a metros de todos (otra vez como Batman, Superman y casi todos). Entre el creador y el héroe se confunden las cosas y el que lo sufre es el creador, aunque cuando Kavalier intenta reinsertarse en la sociedad, la época dorada del comic se acabó y El escapista sale de circulación. Hay que reinventarse. Kavalier sale a la luz y los comics se hacen más oscuros. Una nueva época para todos.
El libro es bueno, ganó un Pulitzer y todo. Puede ser un poco largo pero está muy bien. Chabon es de esos contemporáneos que son reconocidos en vida y, si bien no siempre quiere decir gran cosa, en este caso el esfuerzo se recompensa.

Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay
Michael Chabon (1963)
Mondadori

17 marzo 2013

Reeditan los comics de Copi. Los pollos no tienen sillas




Una muy buena noticia para los amantes de Copi: ¡tenemos nuevas ediciones! Alguien se dio cuenta y ahora podemos tener los comics del gran Raúl Damonte Taborna (así era el nombre que tenía en su pasaporte) traducidos al castellano  por su propio autor (porque originalmente fueron escritos en francés, en su mayoría para el Nouvelle Observateur). Y no paras de reírte, de pensar  y de agradecer el hecho que se pueda comprar en cualquier librería.
En una entrada anterior contaba que durante años, si uno veía un libro de Copi en una librería había que comprarlo. Escaseaban y eran bienes deseados. Y con los comics era más difícil todavía; el único que pude conseguir es una versión de 1982 de la españolísima Anagrama de Las viejas putas. Que, aprovechando la situación, volví a leer.
Según los que dicen saber, la silla es el poder. Muchos se pelean por llegar a ocupar y detentar ese lugar. Y es por eso que la mujer sentada no suele moverse de su sitio. Sólo en una viñeta el pollo logra sentarse donde solemos ver a la mujer. Aunque también vemos a un pez y a un caracol. Y cuando esto sucede, una sonrisa (o una sutil mueca) de triunfo se vislumbra en sus caras.
Los dibujos  de Copi son muy simples. Su fuerte está en el texto, en las características de los personajes y en esa forma de abordar el humor: directa, sin medias tintas. Busca la subversión del sentido, la sorpresa de la frase que cambia todo de lugar. Desde el humor más naïf hasta los más grotescos, como es este caso,  funcionan de esa manera. Pero en Copi se trata de trastocar el sentido de ese pequeño mundo doméstico que nos tenemos que imaginar porque no hay fondo ni detalles. Esos rasgos tan elementales y sencillos que hacen que la situación sea tan reconocible, tan cercana. Aquí todo puede suceder. Y lo estamos esperando. Y es esa espera, esa búsqueda del quiebre, ridículo o profundo, mala leche o ingenuo; ese leer degustando el remate que nos va a sorprender.
También para remarcar está la relación de igualdad con los animales: todos hablan, todos tienen sentimientos. De hecho, en algún momento el pollo aparece como el marido y la mujer sentada suele declamar el amor que siente por él, que también se llama Copi.Todo mezclado.
Los pollos no tienen sillas, editado en los años sesenta por Jorge Álvarez, fue el único libro que el propio Copi publicó en la Argentina. La próxima reedición será la  versión completa de La mujer sentada, su historieta más célebre. Tendremos que esperar un poco más. Mientras, seguimos disfrutando de lo que tenemos.

Los pollos no tienen sillas
Copi (1939-1987)
El cuenco de plata

28 febrero 2013

Volviendo a las fuentes de la literatura erótica: Memorias de una princesa rusa

 

En épocas en que es furor la literatura erótica para amas de casa aburridas (como castiga la crítica que desprecia los best seller tipo Cincuenta sombras de Grey), me tenté por una edición muy barata de un clásico de clásicos mientras recorría una mesa de saldos y ofertas. Siempre me intrigó esta novela y me saqué las ganas.
La historia narra la muy movida vida sexual de una adolescente y joven princesa en una época en que –según el relato- las orgías y el desenfreno eran de lo más normal. Debuta a los 14 años con un joven amante, luego está con un campesino con un gran –pero gran- atributo. Luego con seis de ellos, después vienen las fiestas y orgías, y termina contando muy someramente un aparato mecánico y sexual de lo más polémico, casi ridículo y un final con animales y sin detalles. Empieza con un ayudante de campo y termina con el mismísimo Zar Pablo I. Con tragedia incluida.
Una de las mejores cosas que tiene el libro es el contrapunto entre el diario de la princesa, que narra específicamente los momentos de placer sexual y el relator, que se horroriza un poco y se sorprende de tanta lúbrica lujuria. La corte de San Petersburgo le da también un toque exótico. Parece que el manuscrito original del diario fue escrito entre 1796 y 1800, y que cincuenta años después un aristócrata ruso exiliado en Inglaterra le agregó el contrapunto del narrador. Es por eso que nos explican que el vodka es una especie de aguardiente, que los moujiks son los campesinos y que en esa época era todo un descontrol, desde las clases nobles hasta el pueblo raso.
Aunque por momentos me sentía un adolescente leyendo algo prohibido, y también tenía que ver donde dejaba el libro para que nadie lo viera (hubiera sido muy engorroso ponerse a dar explicaciones), tengo que decir que me pareció súper interesante, que es muy erótico y que hay que leerlo en algún momento de la vida. Por suerte se tradujo en Argentina (editada por la muy sugestiva Editorial Castidad), y así es que hay “vergas” y no “pollas” y demás españolismo molestos.
Un gran plato con muchos condimentos: muerte, incesto, vejaciones, placer, traición, sodomía, algo de amor y mucho de sexo.

Memorias de una princesa rusa
Anónimo
Editorial Castidad

08 febrero 2013

Leónidas Lamborghini. Odiseo confinado. Poesía de mucha altura

 
¡Por un arte arteramente artero!
¡Asimilar la distorsión y devolverla multiplicada!


Es el primer libro de Leónidas Lamborghini que leo y estoy feliz. Nada más lindo que la poesía que (a uno le) gusta. Con una propuesta muy atípica: un personaje que navega por una revista cultural a bordo de un bolígrafo con su capuchón, y otros poemas que nada y todo tienen que ver con esta odisea, Lamborghini demuestra por qué siempre se definió como un apostador más que un poeta, combinando distintas formas y estilos y apeándose un poco al costado de todo. Muy particular. Muy bueno.
El libro se edita en 1992, luego de 23 años de exilio en México. Tiene mucha parodia, mucho humor y muchos guiños de gran altura: hay que enterarse de qué va la ópera Turandot de Puccini para pescar algo de lo que dice uno de sus personajes, hay que saber qué es un palimpsesto y un par de detalles que hacen que uno tenga que leer, buscar, entender y volver a leer. ¡Un exigente Don Leónidas!
El propio Lamborghini no sabía bien si lo que escribía era poesía o prosa poética. Ahí es, quizás, donde comparte más cosas con su hermano Osvaldo. El estilo por momentos es similar, como también el uso/juego de las palabras, el lunfardo, la repetición como fórmula y el compartir con el lector la propia búsqueda de “lo que se quiere decir”. El punto es que para Leónidas ése es un recurso entre otros tantos.
Perplejo te deja la Oda al consumismo, donde habla de los saqueos como “un épica cuyos héroes, héroes del hambre eran”. ¿Estará hablando de los saqueos en Argentina de 1989? Genial es la historia de amor que transcurre en una isla desierta hecha en Cartoon (cuadrito a cuadrito) entre una mujer y un pájaro partero, con engendro incluido. Y muy tierna la reivindicación de la vejez y la piedad de Hijos mateando en la cocina. Ahora, el final alegórico es increíble. La hoja en blanco, donde la creación hace al poeta y el Poeta se siente un Creador (con mayúsculas). Y luego, la odisea termina en un estruendoso fracaso…. Las palabras de Lamborghini están tan bien elegidas que uno se hace a la idea de esa Creación. Y todo fue hecho tan sólo con un bolígrafo y un capuchón. Pero no resultó.
Reivindicador de la búsqueda y la exigencia, Lamborghini es un gran poeta que habla más que nada de la Poesía (otra vez con mayúsculas). Por algo ganó el Premio Boris Vian con este libro y por algo tardaron tanto en aceptarlo. ¡¡A leerlo con gusto!!

Odiseo confinado
Leónidas Lamborghini (1927-2009)
Adriana Hidalgo

28 enero 2013

Nick Hornby: Cómo ser buenos. Aunque no me pareció nada bueno




Empecé a leer este libro con bastante prejuicio. Hace unos años me regalaron 31 canciones y me pareció más la típica pequeña estafa del compilado de notas periodísticas que un libro. Y para colmo, ¡la mayoría de las canciones ni las conocía!

Y ahora, luego de leer Cómo ser buenos, puedo decir de manera contundente y sin prejuicios que Nick Hornby no me gusta. La historia que plantea es buena, abre muchas ventanas muy interesantes pero es demasiado lineal, los personajes no crecen, los comentarios y pensamientos hacen todo lento; son muchos y muy parecidos. No voy a negar que cada diez o quince páginas hay algo muy bueno: una frase, un pensamiento o algo así. Pero ahí se queda. Es el típico libro que se puede hacer película y va a quedar buena, como Alta fidelidad. Quizás ya se hizo y ni me enteré.

El tema del libro es un cambio radical que se propone un típico clase media inglés de la mano de un gurú barato. Este cambio se origina por cuestiones con las cuales muchos nos podemos sentir identificados: años de matrimonio, dos hijos, crisis de todo tipo, dudas por todos lados y demás. Este hombre decide ser bueno por sobre todas las cosas y con el juego de “qué está bien y qué está mal” y “poder cambiar el mundo” está tan a contramano del mundo que termina siendo un bicho raro. Hornby desenmascara lo que muchas veces sentimos: que la vida es así, y que no podemos hacer mucho. Que es un barco que no manejamos, y que a lo sumo podemos pelear por un buen camarote. Pero nunca vamos a poder maniobrarlo y mucho menos, llevarlo a buen puerto. El personaje central es una mujer, la esposa del que quiere cambiar el mundo. Y eso tampoco funciona bien, es muy difícil para un hombre escribir en primera persona de mujer. Tampoco le agrega mucho ese riesgo que decidió tomar el autor.

Amigos lectores me dijeron que hay un Hornby bueno y otro malo. Que Fiebre en las gradas o Un gran chico son buenos. Pero que también hizo agua en otros libros como éste. Yo, por mi parte, no creo que le vaya a dar otra oportunidad.

Cómo ser buenos
Nick Hornby (1957)
Anagrama

14 enero 2013

Otra lección de Couve: La lección de pintura



En tan solo un puñado de páginas, Adolfo Couve narra la típica historia de los inicios del artista. Y como sabemos, las típicas historias buen escritas son las que reconfortan. Y Couve lo hace una vez más. Muy intimista, muy detallista y bastante autobiográfica. El pintor se sigue leyendo en el texto, al punto tal que los parajes son descritos al modo de un cuadro, los estamos viendo. Son como paisajes que  se van leyendo. 

La historia comienza en Llay-Llay (donde el propio Couve pasó su infancia), un lugar muy rural de Chile, muy pueblo. Allí, un farmacéutico se transforma en tutor y protector del niño-artista, y le intentará inculcar “sus” nociones de pintura. El niño ni caso hace, lo mismo le sucede a su maestra de Viña del Mar. Con una clara noción de que “artista se nace y no se hace”, el chiquilín va a haciendo su propio progreso. Aquí, la lección de pintura propiamente dicha no sirve para nada. Sus gustos y su método no varían, no son moldeables en lo más mínimo. 

El pintor mete la cola continuamente. Los conceptos de sus personajes dialogan -y discuten- entre sí. Los neoclásicos y los impresionistas se enfrentan y siguen siendo  irreconciliables. También hay una tristeza o una melancolía ante aquello que el artista no puede cambiar: su propio destino. Va a ser pintor y no hay nada que pueda hacerse. En palabras del autor se paga por “el privilegio y la suerte de crear” con “la soledad del afortunado”.

Una suerte que pude releer este libro editado por primera vez en 1979. Relectura que intuyo se va a repetir porque en pocas páginas hay muchas cosas para prestar atención.

La lección de pintura
Adolfo Couve (1940-1998)
Planeta

05 enero 2013

Adolfo Couve: el pintor que escribe o el escritor que pinta.


Adolfo Couve era un artista chileno, un niño mimado con facilidades para todo. Pintor desde pequeño, ingresó al Bellas Artes de Santiago con sólo mostrar sus cuadros; docente que declamaba más de lo que enseñaba y dueño de un estilo claro y unas formas certeras al escribir.

Encontré un pequeño libro suyo llamado Escritos sobre arte merodeando las estanterías de las librerías: un compendio de textos redactados a partir de 1976, en un período en el cual el autor había abandonado temporalmente la pintura y que fueron publicados en el suplemento cultural de El Mercurio (diario tradicionalista, de derechas y de gran tirada chileno) y después en la revista universitaria El arco y la lira. Los ensayos analizan grandes obras de arte de todos los tiempos: desde La Gioconda de Leonardo a Las Meninas de Velázquez, pasando por Rafael, Tiziano, Rembrandt y algunas esculturas del Siglo XV.

Es muy didáctico, escrito para el gran público. Uno se lo puede imaginar a Couve, mientras lee sus textos, cómo podían llegar a ser sus clases: frases grandilocuentes, adjetivos muy precisos y definiciones con un toque de superficialidad y otro de cinismo (una de sus mejores armas). El tema se complica cuando tiene que hablar sobre temas tan trillados: ¿qué más se puede decir de La Gioconda que no se haya dicho? Más aún en un suplemento dominical de un diario masivo. Y ahí es  donde Couve apela a otra arma que domina y mucho: la contextualización. Para hablarnos de Leonardo nos cuenta de los Médici y las diferencias entre el Siglo XV y el XVI, cuando nos introduce sobre el Perseo de Cellini, nos describe la Florencia renacentista con un lujo de detalles que hace que nos la podamos imaginar tal y como era. Triste es cuando compara a las grandes personalidades que solían deambular por esas épocas con los turistas que todos fuimos en algún momento.

Los coloristas, el manierismo, el barroco, el expresionismo y su maestro Burchard. Todos juntos en una misma bolsa, unidos con mucho criterio. Las explicaciones de Couve convencen a todos. Lo que no está del todo claro es la propia personalidad de Couve: por qué dejó de pintar si es que le iba tan bien (dicen que cuando fue a Paris por una beca y vio que había miles como él no lo pudo soportar), por qué luego volvió a pintar, por qué no es reconocido como escritor, por qué se quitó la vida....

El libro comienza con dos introducciones muy útiles sobre este personaje y un texto donde analiza La lección de pintura, un libro que me regaló mi amigo Miguel Hiza hace ya varios años y, ahora no tengo más opción que volver a leer. Ya les contaré.

Escritos sobre arte
Adolfo Couve (1940-1998)
Universidad Diego Portales