15 diciembre 2016

Wassily Kandinsky, Punto y línea sobre el plano.

Todo comenzó con el punto, el elemento primigenio. El inicio y el fin, hasta para la escritura que lo utiliza al terminar una frase. Kandinsky lo “libera” de la esclavitud “práctico-funcional” y lo coloca sobre la superficie. A partir de aquí hay una colisión, y la base está fertilizada. Luego le sigue el tamaño del punto, la intensidad. Hasta que aparece la línea, y todo se hace más complejo porque entra en juego la tensión. La línea trae al ángulo y el ángulo se puede transformar en círculo por la fuerza de esa tensión. A esto se le agregan los elementos cálidos y fríos y los colores que acompañan. Y en paralelo está la música y el ritmo. Por último aparece el plano básico, la superficie que abarca el contenido y que recompensa a los elementos propicios si son colocados en el lugar propicio. A lo largo de estas páginas se enumeran un sinfín de estímulos que nacen de un sencillo y elemental punto. Una verdadera maravilla.


Wassily Kandinsky escribe este hermoso libro en 1926, mientras daba clases teóricas en Weimar en la Escuela de la Bauhaus y trece años después de que aparece “Sobre lo espiritual en el arte”, su primer manifiesto que tuve el placer de tener entre mis manos (http://fernandolojo.blogspot.com.ar/2011/08/vassily-kandinsky-y-la-crisis-de.html). Es fundamental haberlo leído antes para entender mejor a este. “Sobre lo espiritual…” es más sencillo, más introductorio; mientras que aquí la teorización es más profunda, más difícil. Está escrito pensando más en aquellos que realizan las obras de arte que en los que simplemente las gozamos.  
Para Kandinsky la pintura, tal como la música y otras disciplinas artísticas, debía poseer una teoría. En su primer libro reflexiona sobre los entes cromáticos y aquí convierte a las formas primarias puras en entidades vivas. Así es como el triángulo está relacionado con el amarillo, el cuadrado con el rojo y el círculo con el azul. La línea horizontal es fría (como la muerte) y la vertical cálida (como la vida).
El libro fue editado para ser estudiado, es cómodo y práctico para ir y volver sobre la gran cantidad de conceptos que va desarrollando. A los costados están los títulos de los temas, hay muchos gráficos (también figuras, formas, cuadros o fotografías) que aclaran los ejemplos y al final cuenta con un apéndice de ilustraciones que aclaran mucho también.


El arte abstracto no es una imagen repleta de rayas y formas hechas al azar. Kandinsky  explica el sentido del arte para que cuando nos plantemos frente a una obra entendamos de una vez por todas que todo tiene un porqué y un cómo. Que no es un mamotreto de un niño de jardín de infantes. Aunque aquellos que no quieran verlo, nunca lo entenderán.

Punto y línea sobre el plano
Wassily Kandinsky (1866-1944)
Ediciones Libertador


25 noviembre 2016

Los ojos del Che, de Marcos Gorbán


Encontrar algo nuevo para contar sobre el Che Guevara es uno de los méritos de este libro. Marcos Gorbán nos presenta a un personaje nuevo, que nadie conocía: Fernando Escobar Llanos. Este hombre, militante del Partido Comunista Argentino se jacta de haber sido “los ojos” de Guevara, el que le hacía la logística previa a la acción. Lo conoció en Uruguay cuando era Ministro de Industria de Cuba en 1961, y luego estuvo en África, antes de que el Che y otros 60 cubanos intenten en vano exportar su revolución; en Praga, esperando a un agotado y derrotado Comandante que luego volvería a Cuba y en Bolivia antes de su última aventura.

Escobar Llanos, que tenía otro nombre en el pasaporte, tenía que ser invisible; sólo Fidel Castro y unos pocos de máxima confianza sabían qué hacía. El problema que tiene Gorbán al realizar su investigación es que le cuesta mucho constatar si este espía dice la verdad. Las opciones son claras: o está inventando todo, con un discurso muy verosímil y posible o hizo las cosas tan bien que no hay forma de corroborar sus dichos. Y aquí entra en juego otro gran mérito del libro: el autor relata todo lo que le va pasando: los problemas con que se encuentra, los errores que comete, los logros que va teniendo, las dudas que tiene y la información que va confirmando. Es un crónica, donde los lectores vamos a la par que el autor. Y no parece extraño: Gorbán es un reconocido productor de TV, que ha hecho un sinfín de éxitos (Gran Hermano, Operación Triunfo, Combate y un largo etcétera) que se relacionan con el concepto de “reality show”. Y acá repitió la fórmula: todo lo que le iba pasando, lo fue plasmando tal cual iba sucediendo. Como si fuera un “minuto a minuto”. Mezclando todo. Porque el libro va tejiendo también otra historia: la suya. Escobar Llanos conoció a la familia de Gorbán, afilió al tío al PC, fue atendido por el Dr. Gorbán (padre) cuando necesitó un médico que no haga preguntas y cuando las medicinas eran escasas. Hasta manejó el auto de la familia y le tiró onda a la madre. “Se me tiró el lance” recuerda la madre y no como algo jocoso. A través de su investigación el autor desanda y desanuda historias desconocidas de su propia familia, historias que le ayudan a creer en su investigación porque casi todo lo que recuerda el viejo espía termina siendo verdad.

El momento crucial del libro son las entrevistas en Cuba. Gorbán viaja hasta allí para tratar de chequear los dichos de su personaje con la gente cercana al Che que vive aún en la isla. Muchos de los viejos revolucionarios se han muerto y allí busca a quienes puedan ayudarlo. Es de lo mejor del libro, los ya ancianos hombres de acción tienen anécdotas y recuerdos muy preciados, con una jovialidad y un respeto a la Revolución que conmueven. Pero no voy a contar el desenlace por motivos obvios.

El libro se lee rápido porque es de fácil lectura y atrapa a las pocas páginas. No deja de lado a aquellos que no conocen la historia del Che Guevara y no se queda con la imagen pop del mito que venció al idealista. Es crudo, directo, por momentos divertido y hasta emotivo. Es un lindo viaje y hasta puedo llegar a presagiar una segunda parte, porque todavía queda tela para cortar.

Los ojos del Che
Marcos Gorbán (1968)
Sudamericana

11 noviembre 2016

Lustra, de Ezra Pound

Tengo que reconocer que escribir esta reseña me costó. Ezra Pound es de esos poetas de los que todos hablan maravillas. Surge continuamente en la prensa especializada, en los textos de literatura y poesía; cada vez que se habla de las influencias de algún autor célebre del siglo XX o XXI allí está él.
Pound tuvo una vida personal bien polémica que aporta -y mucho- al personaje: apoyó a Mussolini, lo deportaron a EEUU después de la Segunda Guerra y se salvó de la muerte a cambio de 12 años en un manicomio para volver a Italia y morir allí.
Por todo eso me tenté con este libro cuando lo vi en los estantes de la librería. Publicado en 1916 por primera vez, tiene los versos que en su momento fueron dejados de lado (censurados) por violentos o indecentes, son autorreferenciales y la edición es bilingüe, o sea que puedo intentar entender todo en su idioma original.

Pero cuando lo empiezo a leer siento ese aburrimiento reprimido. Me tendría que gustar, pero lo que se definía como revulsivo a esta altura de nuestra historia es soso y zonzo; la pedantería del autor es simpática pero no tiene la altura de aquellos que supieron sazonarla con ironía (que allí es donde logra su punto justo: pedantería sin ironía es simplemente juventud, llevarse al mundo por delante); no le encontraba una personalidad, un rumbo, un camino. Algunos versos me gustaban pero todos eran demasiado diferentes entre sí. Entonces casi a la mitad del libro, dejé de leerlo y me puse a investigar un poco.
Wikipedia, el portal que demostró lo chato que puede ser Internet pero al que todos caemos, ni siquiera nombraba el libro. Lo curioso era que casi todo lo que después encontraba de Pound se desprendía de lo que allí estaba o repetía la contratapa del libro. La versión inglesa de Wiki sí lo hacía, pero como publicación; hacia el final. Aquí la biografía era mucho más completa y explicativa. Seguí investigando. Comencé a entender que en esa época Pound escribía en muchas revistas para poder subsistir, que en esos mismo medios colaba algunos poemas y que fueron años de adscribir a distintas movimientos o vertientes. También publicaba su poesía en libros de pequeñas tiradas, que a veces se repetían o cambiaban los poemas de acuerdo a las versiones. Tuve que revisar dos papers de universidades americanas para entender un poco más todavía. Me quedó como conclusión que entre 1910 y 1916 Pound estaba buscando su estilo. En esos años pasó por el Imaginismo y el Vorticismo, hizo traducciones muy libres y personales de poesía japonesa, especialmente haikus, de poesía italiana con toques de mitología griego/latina, que tuvo influencia de los trovadores de la Edad Media y que le divertía atacar o responder a la gente del medio literario a través de sus versos.
Con toda esa información volví al libro. Ahora estaba al tanto del contexto, como se suele decir. Y leía a la par de los poemas, los muy útiles comentarios que había de cada uno de ellos al final del libro y algo de Internet.

Al terminar el libro me quedo con las traducciones libres de la poesía japonesa, que si uno sabe que son traducciones se leen diferentes; con los poemas que están ligados al Imaginismo, que a su vez están relacionados a los haikus; el pacto/poema que hace con Walt Withman; un novedosa conjunción de colores y movimientos unidos al ajedrez que me hizo recordar al Futurismo Italiano y un largo Canto que parece que fue como un precursor de su obra fundamental que se denominó Cantos y le llevó toda su vida. Por último, me parece que las traducciones no siempre interpretan bien al poeta, por eso es bueno que sea bilingüe la edición.  

Lustra es un libro de poemas que supo hacer ruido en su momento, que reúne distintos estilos y que debe ser leído después de muchos otros de Pound para poder darle el lugar que se merece. No me queda más que seguir leyendo y aprendiendo.

Lustra
Ezra Pound (1885-1972)
Buenos Aires Poetry


14 octubre 2016

Nuestro iglú en el Ártico, de Mario Levrero. De esos escritores de los cuales hay que ser amigo


Mario Levrero vuela tan alto que a veces se nos pierde. No lo alcanzamos. Tenemos que frenar, releer y darnos cuenta que -otra vez- quiso tomar un desvío sin avisar. Sus cuentos están habitados por personajes extraños y queribles, imprevisibles. Y son muy difíciles de definir: lo más fácil sería relacionar sus cuentos con lo onírico, lo fantástico o el sin sentido; pero sería muy simplista. Hay quienes hablan de Levrero como “el último de los uruguayos raros”; esa estirpe tan sofisticada y heterogénea que cuenta entre sus filas desde al Conde de Lautremont o Felisberto Hernández, pasando por el inefable Horacio Quiroga y muchos otros. Según el editor Ángel Rama –autor de la compilación Aquí. Cien años de raros- hay “una línea secreta dentro de la literatura uruguaya” que practica una “literatura imaginativa”, carente de restricciones, que en “su afán de exploración del mundo” encuentra lo onírico y lo extraño como cauce de expresión de una escritura próxima al surrealismo y a la introspección.

Volviendo al libro, Ricardo Starface lo comienza con un bonito y útil prólogo, y luego escoge nueve cuentos y una entrevista imaginaria que Levrero le hace al propio Levrero. Todo va de 1966 al 2003. La variedad y riqueza son exquisitas. Hay cuentos ingenuos y extravagantes (El sótano), tiernos y algo cachondos (Nuestro iglú en el Ártico, Espacios libres o La toma de la Bastilla), pero también pueden ser  densos y asfixiantes (Gelatina, Los muertos o Capítulo XXX) o delirios con humor negro y un toque de melancolía (La cinta de Moebius, Los carros de Fuego). Muchos de sus personajes tienen esa bonhomía y don de gente que define a los uruguayos. Parsimonia que raya con la pachorra. Como el último de sus cuentos, que ante la opción del personaje central de traspasar la mediocridad y transformarse en un elegido prefiere su realidad -gris, pérfida y un tanto enfermiza- aunque sabe que no va a tener otra oportunidad para salir de allí.
Su auto-entrevista nos da pistas sobre el proceso creativo y algunas definiciones que pueden ayudar. Habla de la experiencia espiritual que significa escribir, que lo espiritual puede estar en el éxtasis (muchas veces sexual) como en lo cotidiano: lo importante es que siempre esté allí el espíritu del escritor. Levrero dice que escribe pensando en imágenes y que no trata de evocar momentos vividos pero sí que intenta acercarse a lo vívido; que no es lo mismo.

Muy creativo, con toques libertinos y delicadamente original: Levrero vale la pena.


Nuestro iglú en el Ártico
Mario Levrero (1940-2004)
Criatura Editores

12 septiembre 2016

Javier Cercas, La velocidad de la luz. Un tanto recurrente


Tengo una sensación ambigua al terminar de leer este libro. Por un lado, reconozco el buen escribir del autor; pero por el otro, me parecieron reiterados algunos recursos y un poco extraño el lugar y el tema elegido donde se desarrolla gran parte de la historia.
El anterior y primer libro que leí de Javier Cercas fue Soldados de Salamina (http://fernandolojo.blogspot.com.ar/2013/10/dos-caras-de-la-guerra-civil-espanola.html). Me lo recordaba mejor de lo que publiqué en su momento. Por eso, entre otras cosas, es que hago este blog: la memoria juega su propio juego con los libros que voy leyendo. La velocidad de la luz lo escribió después de este. Y me cuesta concebir que utilice dos veces seguidas el recurso del escritor escribiendo su libro. Es mucho, me parece un tanto descortés de su parte. La voz del autor otra vez es parte de la historia, al punto que habla de su libro anterior que acabo de mencionar (el de Salamina). El libro que habla del libro que escribía en el otro libro. Está claro que narrador y autor no son los mismos. Vuelve a jugar con esa confusión, algunas cosas le pasaron a Cercas y otras pertenecen a la ficción. Ahora, a su favor: tiene mucho oficio; en la descripción, el crecimiento de los personajes y el entramado.

La historia es la de un joven escritor sin mucho que hacer en Catalunya que se va a una universidad del medio oeste americano para impartir unos cursos de español. Allí conoce a un ex combatiente de Vietnam que seguirá siendo parte importante de sus recuerdos mientras conoce el éxito y los duros golpes de la vida. El proceso de escritura vuelve a decir presente a lo largo de todo el libro.

También cuesta un poco que un español elija como personaje central a un ex combatiente de Vietnam; con todo lo que eso implica: psicología social del lugar, hablar algo de política exterior, describir cómo se piensa en un imperio deteriorado y situarse en esos pueblos tan cercanos a los americanos y tan lejanos al resto de los vivientes que no conocen esos parajes. Es como que un ecuatoriano, o filipino o lo que sea elija a la Guerra de Malvinas como eje de una novela. Difícil. Y mientras escribo esto pienso: Cercas nos habla de una guerra otra vez, antes fue la guerra civil española y ahora es Vietnam.

Me gusta como escribe Cercas, pero este cruce entre ficción y realidad me parece un poco trillado. Ahora todo el mundo habla de su última novela: El impostor, que es no ficción. Y vamos a darle la oportunidad que se merece. Pero dentro de un rato.
Veremos.

La velocidad de la luz
Javier Cercas (1962)
Tusquets Editores

24 agosto 2016

Copi. La guerra de las mariconas. Sensibles del sexo, abstenerse.

Copi es experto en jugar con los límites: sus personajes suelen sumirse en escenas llenas de sexo, violencia, muerte, drogas, algo de locura y situaciones escatológicas. En esta novela, la seguidilla de acciones y peripecias nos hace olvidar lo que acaba de suceder, para meternos en historias cada vez más estrambóticas y exageradas. El final, la hecatombe. Los personajes: gays, travestis, hermafroditas, amazonas y otros géneros. Los escenarios: Paris, la Tierra, la Luna y el Universo todo. Y el fondo de la historia sigue siendo el amor.

Copi casi siempre es Copi en sus propios libros. Acá se hace llamar René Pico, como anagrama de su propio apellido. Historietista de profesión. Su madre es parte importante del relato, relato que toma una velocidad vertiginosa. Que involucra al protagonista sin que él esté dispuesto y sin que pueda descansar ni un minuto para intentar entender lo que está pasando y porqué le está pasando. Conoce el  amor, pero viene de la mano del odio. Y la violencia que se impone en el relato es de un exceso provocador que choca, espanta. Y no siempre aporta al relato. Pero Copi es eso: mostrarnos que se puede pasar de la línea. Del amor a lo escatológico, del humor a la muerte, de la ternura al canibalismo. Y casi sin transiciones, y mucho menos con alguna explicación.
El texto fue publicado por entregas en la revista francesa Harakiri a lo largo de 1980 y se editó como libro en 1982. Tal como pasó con La ciudad de las ratas (http://fernandolojo.blogspot.com.ar/2011/10/las-ratas-estan-por-todos-lados-copi.html) pero este último, dos años antes.

Una de los momentos más reflexivos, quizás el único en este frenesí sin fin que propone el autor, es un intento de pensar y buscar la Utopía de los Homosexuales. Una charla distendida donde se intenta encontrar el mejor de los lugares para todos aquellos que se saben diferentes. Recordemos que estamos a principios de los ’80, cuando el SIDA está a punto de explotar; una época en la que los homosexuales del mundo se iban a Europa para tener una vida más liberada y sin ocultar su condición sexual. Vale la pena recordar que el mundo tuvo esos momentos.

Con el exceso y el humor como herramientas, Copi sigue demostrando que es un trasgresor de los tiempos, que se desnuda en sus libros y se ríe de todo y de todos.

La guerra de las mariconas
Copi (1939-1987)
El cuenco de plata

06 agosto 2016

Discursos de sobremesa, de Nicanor Parra. Otro lujo chileno.


Soy fan de Nicanor Parra. Lo asumo. Viví en Chile un tiempo, y en esos años conocí a la poesía chilena. Me susurró al oído y no me dejó nunca más.
Los antipoemas, la obra gruesa, la tan original versión del Lear de Shakespeare, el cristo del Elqui, los artefactos. Es de esos autores que si veo algo que no tengo, me lo llevo. Aquí tenemos discursos que toman forma de libro cuando recopilaron lo dicho por el poeta en congresos, inauguraciones de ferias, premios y otras celebraciones. Cinco en total y todos escritos (o recitados) en la década del ‘90.
Parra se apropia del discurso como género, lo corrompe y lo transforma en (anti)poesía. En ellas declama, se enoja, alza la voz, se abate, increpa, alaba, condena, hace reír. Y pensar.

Uno de los más interesantes de sus discursos se refiere a Vicente Huidobro, rara avis de la poesía. En ocasión al centenario del nacimiento del creador de Altazor, Parra nos muestra un muy completo Huidobro: sus logros, su ingenio, sus miserias, sus errores y su grandeza. Y pone todo en contexto, aprovechando para citar también a sus contemporáneos, con rencillas de la época, amores y desamores. Allí están Neruda, Mistral, Lihn, de Rokha y otros no tan conocidos. Todo muy chilensis. Parra deja bien en claro su admiración para con Huidobro y se pregunta por qué no es valorado como se merece. No en vano el título en inglés de ese discurso se titula “Hay que cagar a Huidobro”; otra humorada de Parra, y no tan humorada. En concreto, voy a tener que leer a Huidobro. Nunca tuve el gusto.
Siguiendo en la línea chilena está el discurso cuando ganó el premio Luis Oyarzún, un  Doctorado Honoris Causa y un Congreso del Teatro de las Naciones. Aquí Parra da rienda suelta al desparpajo de siempre: mucho humor, con un sentido crítico y ecológico de la vida, reivindicando lo lúdico y definiendo en cada línea su forma de ver (y escribir) las cosas.

El más interesante de los discursos para los que estamos fuera de su tierra es el que se refiere al premio Juan Rulfo. Allí aprovecha para hablar de la literatura latinoamericana (a su manera, obvio), con un muy interesante contrapunto con Borges. Mete en la bolsa algo de política, filosofía, a Shakespeare y Cervantes. El cóctel vale la pena, le sale de mil maravillas.

 Lo último para destacar es lo cómodo y extraño del género. Un discurso leído o una poesía declamada, poco importa. Funciona a la hora de imaginarlo. Un viejito chocho, centenario, inteligentísimo y un poco más allá de todo, arriba de un escenario soltando barbaridades. A Parra no le importa nada y se atreve una vez más a entrecruzar géneros, a mostrar lo inútil de ciertas estructuras y a demostrar que es más importante pensar en lo que se dice que ver cómo se presenta. El contenido por sobre la forma. Brillante.

Discursos de sobremesa
Nicanor Parra (1914)
Ediciones Universidad Diego Portales

11 julio 2016

Zen en el arte del tiro con arco, por Eugen Herrigel.



Estamos ante un libro que cuenta las experiencias de un alemán que busca entender la filosofía budista. Partamos de esa base.
Eugen Herrigel fue un filósofo que en 1924 logra una cátedra de Historia de la Filosofía en una universidad de Japón, y para entender un poco más el mundo que lo rodeaba, decide estudiar el arte del tiro con arco. Herrigel quiere “entrar en contacto con el budismo, sus prácticas contemplativas y sus místicas”. Busca “maestros del zen poseedores de asombras experiencias en el arte de la dirección espiritual”.
Su mujer, además estudia el origami (arreglos florales) y pintura con tinta china. Ningún europeo había intentado estudiar el zen y ambos deben sortear varios obstáculos y acudir a distintas autoridades para “convencer” al maestro que finalmente accede a tenerlos de discípulos.

A lo largo de sus clases, el autor nos va mostrando lo difícil que es para un occidental entender la filosofía oriental. El maestro le enseña a respirar, a desprenderse de sí mismo; intenta hacerle entender que el arte del tiro con arco no tiene finalidad ni intención. Sin provechos, beneficios, ni ventajas. ¡Y esto es demasiado para un alemán! Pero “de flecha en flecha, Herrigel empieza a entender” dice Paulo Leminski cuando se refiere al caso en su exquisito libro Vida (http://fernandolojo.blogspot.com.ar/2016/07/paulo-leminski-vidas-amor-por-la-palabra.html). Seis años está con el maestro hasta lograr manejar su cuerpo y el arco de manera correcta. Las enseñanzas que intenta dejar el libro están basadas en la experiencia: trascender la técnica para lograr los mejores resultados, liberar el yo y dejar que entre en acción el ello y la perseverancia serían los valores más recomendables para este (u otro) arte. Buscar la despreocupación, la actitud espiritual de desprendimiento que lleva al alumno al “satori”, a la iluminación, a la verdad, al zen.

El libro fue editado por primera vez en 1953, y de ahí fue traducido a muchísimos idiomas. Es fácil de llevar, interesante y, como primer acercamiento a la filosofía budista es bueno. Recomendable para quienes quieren iniciar su propia búsqueda. Casi como una iniciación.

Zen en el arte del tiro con arco
Eugen Herrigel (1884-1955)
Editorial Kier

04 julio 2016

Paulo Leminski. Vida. Amor por la palabra


Paulo Leminski ama la palabra. La palabra que nace etimológicamente de parábola, el método probadamente eficaz de Jesús.
La palabra que supo imponer al negro Cruz e Souza en el mundo de los blancos.
La palabra que siempre está en desventaja con el ideograma japonés en la poesía haiku de Bashô.
La palabra que encendió la mecha con los discursos de Trotski.
La palabra del poeta, del lingüista, del revolucionario y el políglota, del docente. De Leminski.

El libro es una compilación de cuatro pequeños libros que salieron en su momento (en los ’80) en Brasil. Aquella vez salió en versión económica y fue furor. Cada uno tenía su biografía: Cruz e Souza, Bashô, Jesús y Trotski. ¿Qué tienen en común? Ellos revolucionaron su entorno, la escritura, la historia y la vida misma. Y lo hicieron de manera consciente, no como esos científicos que sin darse cuenta encontraron lo que no buscaban. Ellos querían ese cambio y lo consiguieron con esfuerzo, con pasión. Dejando la vida en ello, en un par de casos.

Cruz e Souza era un negro en la zona más aria del Brasil. Los hacendados de Souza se lo llevaron y lo educaron. Como no podían tener hijos le dieron su otro apellido, igual que Edgar Allan Poe. Le agregaron el nombre y le mostraron los libros. A partir de ahí tuvo una vida bien aventurera, renegando del futuro promisorio y embarcándose en mil y un fracasos. No la tuvo fácil. La mujer terminó loca, los hijos los fue perdiendo y lo que escribía no era bien recibido. Lemisnki, como a lo largo de todo el libro, aprovecha y habla de la Poesía en cuanto puede. Haciendo gala de su saber, aquí tiene una reseña de la poesía del siglo XVIII al XX que es imperdible.

El capítulo de Bashô me permitió entender el haiku y, a su vez, sus dificultades para entenderlo. Porque fue Bashô, un samurái devenido en poeta, quien eleva el haiku a una expresión artística. Antes era un simple juego de palabras del vulgo. Aquí Leminski es más semiólogo que poeta. Recordemos la época: los ’80 fue el furor de todo aquello (significados, significantes, signos). Lo que nos muestran los dos poetas, el autor y el biografiado, es hermoso. Un vuelo que no se lograría sin la interpretación del primero. La palabra occidental y el ideograma oriental en continua lucha, casi como un juego dialéctico. Todo regado de hermosas frases y palabras/ideogramas con demasiadas acepciones.

En la biografía de Jesús, el autor se pone la ropa del políglota. Y no es para menos. Jesús hablaba en arameo, aunque nunca dejó nada escrito. La lengua oficial de la época era el latín. Los que escribieron la biblia lo hicieron en griego y en hebreo. Y la popularización de los texto se hizo en idiomas que en esa época apenas estaban en formación.
Este capítulo es fascinante, la búsqueda en estos textos tan profusos y esquivos es más que interesante. No se mete con la religión sino con sus hacedores de sentido.
Con mucha ironía y argumentos sólidos deja en claro las grandes similitudes de las religiones monoteístas: Yahveh, Jesús y Alá. 

La vida de Trotski está envuelta en la revolución del ’17. Y su biografía se escribe en función de otros dos pesos pesados: Lenin y Stalin. Es casi una clase de historia, desde la era de los Romanov hasta la supremacía de Stalin. Esa enorme nación de naciones que siempre fue diferente a todo. Leminski era comunista y muere antes de la caída del muro, por eso hay cosas que quedan en el camino. Pero lo que importa aquí es la construcción del poder y el ejemplo de una revolución hecha por una idea madre y llevada a cabo por un puñado de hombres que eran los únicos que sabían como llevarla adelante. Es crítico pero sopesa virtudes y defectos. Todo en grandes proporciones, como requiere una unión de repúblicas.

Punto aparte merece el estilo de Lemisnki. Como buen zorro, para cada oveja elige una piel distinta. Múltiples estilos, gran sentido del humor, fundamentos por doquier y unas vidas que merecen ser contadas. Me van a faltan palabras para seguir elogiando este libro.

Vida
Paulo Lemisnki (1944-1989)
Punto aéreo

30 mayo 2016

La apariencia de las cosas, de John Berger. La ética, además de la estética



Uno aprende leyendo a John Berger. De eso no hay duda. Aprende pequeños detalles de grandes artistas, que luego se definen como enormes evidencias; aprende nuevos nombres que se agregan a la lista de los que hay que conocer, famosos e ignotos. Aprende una manera muy particular de analizar el arte.
Esta antología de ensayos y artículos de Berger nos cuenta también muchas cosas acerca de él mismo: su postura como artista sobre distintas técnicas y tendencias, su marxismo como motor de pensamiento, sus preferencias y algún que otro desliz relacionado más a la ficción que al análisis. Son textos escritos en la década del ’60, publicados en medios culturales de izquierda; algunos ya vistos en otras antologías y otros que se pueden leer por primera vez en castellano.


Los dos textos más importantes e interesantes son sobre Paul Cézanne y Fernand Leger. Este último no intenta ocultar la fascinación que le provoca al autor y lo analiza desde la admiración, tanto artística como ideológica. Berger une la vida, la política y el arte continuamente. De hecho, para él, el arte debe tener una función social y política aparte de lo estético o la búsqueda de belleza. A Cézanne, en cambio, le da el lugar de vanguardia que se merece. Por ser el primero en cambiar la forma de “ver las cosas”: a partir de Cézanne es más importante la visión del sujeto que el objeto a pintar. No hay un objeto único, hay infinitas formas de ver al objeto, tantas como personas. Una visión es un proceso de distintos puntos de vista que se unen de manera simultánea para dar cuenta del “objeto”. De ahí al cubismo, hay un par de pasos y la definición del arte de Duchamp, está a la vuelta de la esquina.


También hay textos que se refieren a aquellos artistas que no han pasado a la historia, generalmente ligado a la historia política y no sólo al arte. Aquí hay un componente de crítica hacia el comunismo, que marginó a algunos artistas o que obligó a trabajar el contenido o la temática que era dictada por el partido. La pregunta que ronda aquí es: ¿qué hubiera pasado si estos artistas hubiesen tenido lo que se llama libre albedrío? Si hubiesen hecho lo que su sensibilidad le indicaba, sin indicaciones o presiones ideológicas. Vale aclarar que muchas veces esas presiones eran auto infringidas, era el propio artista el que no se daba la libertad de pensar o actuar sin tener al Partido (con mayúsculas) a sus espaldas observándolo todo. ¿Qué es más importante: el arte o la ideología? Estamos en la década del ’60, cuando se vivía una desilusión por el comunismo que unas décadas más tarde se iba a derrumbar por su propio peso. Y como corolario de esa desilusión, hay también un duro artículo de la Primavera de Praga pisoteada por los tanque rusos. Fin de una época.

Los otros textos pueden ser “necros”. La muerte de algunos artistas como Le Corbusier, Zadkine o el propio “Che” Guevara (aquí se agregan varios nombres nuevos a la lista antes mencionada; gente difícil de conocer si no fuese por este libro).  Y también está Benjamin, Watteau, Corot, los paisajes, el fotomontaje, Yeats, los retratos y muchas más cosas. Es un libro muy completo, con esa ironía tan típicamente británica y una idea del arte particular y polémica: colocando a la ética casi al mismo nivel que la estética.


La apariencia de las cosas
John Berger (1926 - 2017)
Editorial Gustavo Gil