06 julio 2012

La muerte de la polilla y otros ensayos, de Virginia Woolf

 
Al comprar este libro me vinieron dos cosas a la cabeza:
1.- Cuando uno lee ensayos suele ser de alguien que sabemos que nos puede influenciar. Y eso está bueno.
2.- Los textos post mortem (por ende, sin la corrección final del autor ni el cuidado o el prurito de publicar algo que verdaderamente no vale la pena) no son de fiar. Y eso no está bueno.
Acá pasan las dos cosas. Por suerte, mucho más de lo primero que de lo segundo.

Virginia Woolf al momento que decidió irse de este mundo tenía ya un nombre y era reconocida. Esto se refleja bien claramente en este compilado de ensayos que editó (una vez más) su marido en 1942, un año después que su mujer se deje llevar a lo más profundo del agua. Para datos morbo, googlear que se encuentra fácil.

Un buen número de diarios recibía columnas, pensamientos, reseñas y otras yerbas de una Woolf que encaraba un sinfín de temas con solvencia y elegancia. No olvidemos  que su padre era un afamado crítico literario y que en su casa las tertulias con los intelectuales de la época eran cosa de todos los días.
El libro se puede dividir en tres partes: ensayos libres, reseñas de libros y textos de literatura. Se aprecian mucho esos textos donde la ficción tiene más presencia (o aquellos que escapan un poco a lo que se puede ver en los diarios); y ella también, como todos los que escriben, leía mucho y aprovechaba para hacer comentarios sobre lo que supo estar en su mesita de luz. Uno de los géneros que parece que eran de su gusto eran los libros de “cartas”, la literatura epistolar. Varios personajes poco conocidos para la media del lector actual tuvieron la suerte de ser leídos por Woolf: una tal Madame Sévigné que escribía dos cartas a la semana a fines del siglo XVII (?), Horace Walpole que escribía cartas para la posteridad (??) y el reverendo William Cole (???). Son la parte más floja del libro.

A veces también el paso del tiempo es injusto; particularmente cuando Woolf dice que la historia nunca va poder ser novelada, que nunca va a poder sobrevivir si se le agrega algo de ficción. Los éxitos en venta de un sinfín de autores que ahora hacen eso la dejan un tanto en off side y quizás ese texto podría haber sido dejado de lado.

Pero el libro después levanta, dándonos la alegría que buscábamos. Una Woolf mucho más cerca del rol de crítica de arte, de reseñista (palabra que no conocía) que de esa autora que marcó un par de cátedras a la hora de escribir. Lo positivo de estos ensayos es que el análisis de los otros nos define la idea que ella tenía sobre la literatura. Pasan por el libro Henry James, Shelley, Coleridge, Forster o George Moore: grandes nombres que aunque hoy -aquí y ahora- casi no se leen, lo que nos queda son las definiciones, las reglas, los razonamientos y algunas máximas que hace. Parece que es como una excusa para poder hablar de lo que siente por los libros.

Con un sentido del humor muy brit, Woolf destroza a algunos personajes que escribían -y que hoy no encontramos en nuestras librerías- pero al final nos damos cuenta que es mucho más importante lo que escribe y no acerca de quien escribe.
Ahora, cuando no hay nombres y habla de arte todo es mejor aún. La poesía, las biografías y el arte de escribir. Ni más ni menos. Carta a un joven poeta es el mejor, lejos.

Si nunca leíste nada de Virginia Woolf, podés empezar con otras cosas antes que este libro (Orlando y Un cuarto propio, traducidos por Borges, son un ejemplo). Pero si ya tenés una idea de su prosa y su alcance este es un buen libro que te va a mostrar una nueva faceta y mantiene las cualidades literarias de siempre.

La muerte de la polilla y otros ensayos
Virginia Woolf (1882-1941)
La bestia equilátera

2 comentarios:

  1. Gracias, reseñista Lojo. :)
    Lo voy a tener en cuenta, ya que a mí me gustaron los libros de Woolf que leí.
    Es más, La señora Dalloway es uno de los pocos libros que releí a conciencia.
    Nos lo habían hecho leer en el colegio, y la profesora se había gastado toda una hora (escolar) en explicarnos lo que íbamos a ver antes de empezarlo, por la cuestión de que cambia de relator en medio de un párrafo o una oración y tal, y nosotras no sabíamos aún de esas cosas.
    Me gustó a los diecisiete, algo sorprendente porque uno generalmente se resistía a los libros impuestos en la escuela.
    Y lo volví a leer de más grande, y me volvió a gustar.
    ¡Y defiendo a la Woolf contra todos los que la critican por aburrida!
    Ahora que hablás de columnas escritas para diarios, me hacés acordar de Clarice Lispector y su Descubrimiento del mundo, que también es una recopilación de sus columnas para el Jornal do Brasil, creo.
    Te lo recomiendo, junto con sus novelas Cerca del corazón salvaje y La hora de la estrella.
    ¡A Clarice la banco ciento por ciento, más que a Virginia!
    Abrazos.

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    1. gracias pepa x el comentario!! tomaremos en cuenta a la viajante lispector para más adelante. beso

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