27 abril 2014

Muertes y maravillas, de Jorge Teillier




La poesía es un respirar en paz

para que los demás respiren.


Rocío, leños al fuego y un vino tinto.  Clavos oxidados en un patio y, de fondo, cerezos y nogales. El silencio y la muerte, las piedras lavadas por la lluvia. El sueño de la mujer eterna y la melancolía del paisaje. Las palabras por sobre las cosas. Jorge Teillier nos habla siempre de un pueblo, bien del interior, desmenuzado al detalle. Con una minuciosidad que nos zambulle en el lugar que nos está describiendo. Como frenado en el tiempo, nos topamos con un tren cansino o una estación vacía, sin referencias casi al siglo XX. Con simples imágenes pero con una belleza que deslumbra. Aquí, los adjetivos toman vuelo: la llovizna es desganada, los puentes se curvan, la nieve es legendaria y la claridad, indecisa.

Muy lejos está del juego de palabras de Nicanor Parra, del lenguaje urbano de Enrique Lihn y más lejos todavía de la poesía social chilena de las décadas del 60 o 70. Teillier se refugia en el orden inmemorial de la aldea, en su infancia de la Araucanía, en el arraigo a la tierra. En lo lárico, como él mismo lo definiría.

Muertes y maravillas nace en 1971 como una antología de la obra poética que Teillier publicara entre 1956 y 1970, con la adición de numerosos textos inéditos y su famoso prólogo (casi un Manifiesto) “Sobre el mundo donde verdaderamente habito”. Allí deja en claro su admiración por Neruda y su poesía social pero también declara su imposibilidad de adscribir a ese tipo de poesía: “Yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa  que aún ahora suele perseguirme”. Pero unas líneas más abajo dice, tajante: “Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias”.

Y lo fantástico siempre se le cuela. En estos cementerios, los muertos esperan una visita; y en los espejos, los antepasados se reflejan. Escuchamos los pasos en un pasillo desierto en la noche y el recuerdo se hace forma. Teillier habla del mundo “donde los unicornios ven a los hombres como monstruos fabulosos”. Y unas páginas más adelante vuelve a la nostalgia, la única realidad. Su verdadero combustible, junto a un vaso de vino. El fin del prólogo de la publicación original decía: “Para terminar diré que el vino y la poesía con su oscuro silencio dan respuesta a cuanta pregunta se le formule”.

Punto aparte merece las excelentes ediciones de la Universidad Diego Portales y el texto del final de Andrea Kottow. Una vez más me declaro cautivado por la poesía chilena, y con la felicidad de quien sabe que todavía hay muchos otros autores por conocer.

Muertes y maravillas
Jorge Teillier (1935-1996)
Ediciones Universidad Diego Portales

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